Jubilación.

Vida laboral.
Treinta y tres años, la mitad de mi vida. Son los años trabajados en el Institut del Teatre. Profesor de actuación -interpretación- profesor de prácticas de interpretación -talleres- Jefe de Departamento, Director de Centro, Sub-director de la Escuela Superior de Arte Dramático, Responsable de Gestión Académica…
Hoy este viaje llegó a su obligado fin.

A esos años se les suman otros diez, anteriores. En Argentina, en el estudio de Agustín Alezzo, en la Escuela Superior Carlos Pellegrini, y en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático. Luego en Madrid, y en Barcelona, con Manuel Carlos Lillo…

Algunas direcciones escénicas, menos de las que hubiese querido, y aún quiero. Luego el circo. El trapecio, la pista, y el aire, como escenarios. Tantas compañías, tantas historias, algún que otro crujir de huesos. Veintitrés años.
Aún hoy hago algunos vuelos domésticos, por la costumbre.

Ahora, un alto en el camino, y estas ganas de dejarse tentar por las ganas otra vez.
Y el mar que se asoma por la ventana.

1964 / 2015. Con su permiso, don Jorge Luis… / Postales desde Ocata

Ya no seré feliz, y no se si no importa, Don Jorge Luis, aunque haya otras cosas en el mundo. Dicho esto, lo suyo sería apurar de un trago mi copa de whisky -seco, solo- pero la cuestión es que ya no bebo, tampoco puedo aspirar el humo de un rubio americano hasta inundarme los pulmones de placer y petróleo, porque tampoco fumo. Así que no me queda otra que seguir adelante, como pueda, con semejante órdago.
No se si lo fui, sé que no lo soy e intuyo que ya no lo seré, y de momento sí que me importa, solo trato, Don Jorge Luis, de encontrar el temple necesario para afrontar este crudo traspaso de testigo y seguir la carrera sosteniendo el ritmo, mire usted.
Sí, finalmente aprendí que un instante cualquiera es mas profundo y diverso que el mar, pero lo que no me queda claro, vaya usted a saber porqué, es que la vida sea corta.
Quizá es una suerte que todo deba ser borrado, tocado al fin, por las flechas del ángel del olvido, aunque todo sea nada, porque yo ya no seré feliz, y sí que me importa.
Es un decir, lo único cierto, y coincido con usted, es esta tristeza, mirando al mismo sur, desde esta otra ventana, desde este otro mar.
De la oscura maravilla que nos acecha, a día de hoy, solo aprendí el temor de la incertidumbre, y el dolor que deja el vacío de sus mordiscos.
Don Jorge Luís, le pido disculpas por jugar irreverente con sus palabras, pero es que hoy no encuentro las mías, y estas suyas las tengo clavadas en la vida, desde cuando solo le entendía a usted, las comas y los puntos.
Atenta y admiradamente, Jorge Aníbal, sin ningún don.

(Irreverencias sobre 1964 / II, de Jorge Luis Borges)

Curriculum vitae.

Precipitadamente, la vida.
Te raja, te besa, te muerde, te acaricia, te clava puñales y hace brotar flores en las heridas.

Urgió mirarla a los ojos desde la primera y efímera inmortalidad juvenil y la fiereza de su destello me traspasó por siempre de incertidumbres y en un abrir y cerrar de ojos me preñó con seis décadas y la yapa. Ahora andan las cuentas del collar desparramadas por el suelo, rodando debajo de los muebles de la memoria, y la perplejidad se acumula entre los papeles del escritorio.

Tengo en mi botín de vida, un scalextric desvencijado con vías de trocha diferente. Crean bellos periplos, pero aislados entre si. Jeroglíficos cerrados en su propio dibujo y en su propio significado. Vías suicidas que se abocan indefectiblemente al abismo del olvido.
Finalmente, tengo en mi pasaporte una cantidad ingente de visas para viajes a ninguna parte.
Tengo en mi armario restos de atrezzos y vestuarios de diversas y variadas producciones. Comedias, dramas, algunos sainetes, y hasta una tragedia, que nunca llegaron a estrenarse, ni se estrenarán, tampoco ningún vestuario está completo y hoy me visto con zapatos de clown, pantalones de clase media realista, camisa cortesana con reverencias y ademanes propios y por ende, impropios, sombrero de copa de alta comedia, y ninguna flor en el ojal.

Tengo en el trastero, un cementerio propio y querido que no deja de crecer. Lo visito de tarde en tarde, limpio sus paseos, recojo las flores marchitas, pero nunca me quedo el tiempo suficiente, todavía busco a mis muertos por la calle, en pleno día.

Postal desde el otro paralelo.

Día uno.
Esto va de ańos que se van, de años que se vienen.
Va de sitios en el mundo, donde esos años hacen mella y ennoblecen o deterioran, o las dos cosas, y de personas que vamos navegando nuestras barquitas, en medio de los mares que pinten. Unos, tan realistas y ciertos, de los que mojan, bañan, y ahogan, los otros, tan conceptuales, tan poco figurativos, pero que también ahogan y que a veces te obligan a mojarte, aunque difícilmente te brinden un baño.

Esto va de años, latitudes y mares. Y de este viento que nos mueve.

Primer día del año. Amanece hoy el mundo, mudado y mudo.
Tan ancho como sabe, tan largo como puede en esta latitud tan al sur, en este otro Paralelo, en este otro meridiano, en este otro hemisferio, en este otro año nuevo de esta misma vieja vida trasplantada, que aún rueda, late y respira.

Esto va de mi. De como me fui, de como no volví. De las casas que construí alejándome, de las casas que quemé viviéndome, mis naves.

Camino estas calles tan vacías para la ocasión, para que puedan llenarse de mi memoria, pero yo prefiero dejar en paz a mis fantasmas y evoco fantasmas prestados, fantasmas pret-a-porter, para este día uno.

Ciudad inmensa. Puerto que fue puerta del mundo que me atravesó la primera vez que lo miré, y también, ciudad que me desterró tan lejos como supe llegar. Ciudad que me acunó en noches tan calientes como esta de ahora, ciudad que me construyó.
Hoy no tengo llave para esta puerta. Hoy la visito y toco el timbre. Bellas puertas se me abren.
Esta noche no corren los aires, pero si corriesen, serían buenos.

Territorio.

No estoy vuelto, solo venido. Apenas llegado, en parte.

Territorio, tan ficticio y tan real, donde lo ajeno se desborda e inunda lo que una vez fue propio.
Territorio tatuado en el costado amputado del alma.
Territorio inverso, que cuanto mas te acercas, mas te alejas y no llegas nunca, ni nunca acabas de alejarte definitivamente.
Territorio que incendia la piel, que quema la memoria, que apaga el fuego con fuego, que quema las naves, que baila sobre la tumba de sus hijos.
Territorio impúdico que se cae de todos los mapas, que difumina sus fronteras, que crece por dentro y se recorta por fuera.
Territorio ausente, que acecha, que ataca, que mata por principio y por traición, que se sienta en tu mesa que come de tu mano y después te la corta y te la clava en la cruz. Del sur.

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Ancho de banda.

No importa si el tiempo es largo o corto. Lo que de verdad importa es si el tiempo es ancho o estrecho.
Es en el ancho de banda del tiempo donde se juega la partida.
Hay quien dice que el camino cuando es mas ancho que largo, ya no es camino, que es planicie y poco mas.
Estrecho concepto del recorrido, digo yo.
No es lo largo del viaje lo que marca su trascendencia sino cuanto te ensanche.

Tienen los días, la misma largura de sol a luna. Es siempre en el costado de sus horas donde cabe todo o nada, según sepas bandear, derrapar, expandir.
Allí, habita el tiempo lateral, ajeno a los relojes. Es allí donde todo se vuelve remanso. Apacibles charcas de minutos empantanados donde mojarle los pies al alma. Allí te ofrece el camino la belleza de sus anchas caderas.

No señales con tus brazos la dirección del origen ni la del destino, extiéndelos a los lados, ábrelos como las alas del deseo, según la inexacta traducción de Der Himmel über Berlín de W. Wenders, abarca la vida en sus costados, no olvides que es eterna en cinco minutos, al trágico cantar de Víctor Jara.

Finalmente, siempre es a los lados del camino, que se extienden las acequias, donde los sauces dan sombra, y los matorrales nos invitan a tumbarnos deteniendo los relojes, mientras sol y luna continúan su incorruptible y previsible recorrido.

Agradecidamente.

Agradecido. Por lo que tengo, por lo que no tengo, y por lo que no tendré jamás.
Agradecido por esta salud de hierro oxidada, herrumbrada y agujereada.
Agradecido por esos amores fugaces, que me han acariciado antes de volar y por esas horas mágicas que me abandonaron antes de empezar, siguiendo la estela de los amores volados.

Agradecido de ser yo, de habitar estos huesos y esta carne magra.
Agradecido por esta ingente cantidad de años que se acumulan bajo los pliegues de esta piel seca.
Agradecido por las derrotas que me han quebrado hasta los huesos del alma.
Agradecido y humilde hasta la soberbia.

Me niego categóricamente, con toda la fiereza que jamás tuve, a recriminar, a pasar cuentas, a darle alas al resentimiento, a inflarme e inflamarme de razones, de argumentos, de verdades.
No pienso justificarme, si de algo me arrepiento es solo de haberme arrepentido alguna vez.

Agradecido de vivir esta vida y de morirme tantas veces como morí.
Agradecido de haberme conocido.

Alma rota.

Alma que se rompe, se hace añicos.
No es tiesto que cae desde el balcón en un día de viento, ni es copa de cristal que se estrella contra el suelo. No es suela agujereada, no es diente que se parte con el pan duro.
Alma que se rompe no se arregla con pegamento, no hay tiritas que la junten, no puedes escayolarla, ni vendarla, no la zurcirán las abuelas como a los calcetines gastados y deshilachados, pero que aún cubren los pies. Deberás vivir con sus trocitos desparramados viajando por tu sangre, que se corta y se hace mala.
Alma que se rompe no tiene recambio. No vuelve a crecer como las uñas, como el pelo o los dientes de leche.
Alma rota es indeleble como los tatuajes.
Alma rota, es como ese sueño del que despiertas en medio de ninguna parte y ya no vuelves a parte alguna. Es ese silencio que asesina tus palabras. Es desierto que te crece, y seca tanto las risas como las lágrimas.
Alma rota no es dolor ni pena, no es tristeza.
Alma rota es ausencia, es olvido, destierro y exilio.
No dejes nunca que se rompa.

Autopista.

Vivimos tan intensamente como supimos. Quemamos todas las naves, sí, pero que hermoso fuego tuvimos! La madera ardía en la playa y nosotros bailábamos sin poder parar, sin querer poder parar. Atravesamos la vida librados a la velocidad y el azar.
El mapa de los años no nos amedrentó, y aunque las curvas peligrosas se tragaron a mas de uno, a mas de una, nosotros seguimos a todo gas. Deprisa Deprisa, nos jaleaba Carlos Saura desde la barrera improvisada.
La velocidad real de los motores mas veloces, resultaba lenta frente a la velocidad del alma desbocada, -furiosa por vivir, aunque sea muriendo-, me dijo ella antes de caer al abismo y romperse en mil fragmentos.

Yo seguí adelante, surfeando mis tormentas, como supe, como pude, y cuando no pude ni supe me ahogué y volví a empezar.
Vorágine siempre. Pero por muy rápido que pudiese moverme, la vida siempre me ganó, aunque yo nunca me detuve a certificar las derrotas.
Me caigo y me levanto! fue el grito de mis guerras, como lo era el de aquel tentempié barrigón con cara de payaso de mi infancia, que me enseñó que se puede continuar aunque no se sepa estar.

Por eso ahora esta perplejidad, este desencaje mayúsculo, al detenerse los motores en medio de esta nada, en medio de todo lo que está siempre en los extremos mas alejados. Panne!, me grita el alma en orsay. Panne, repite el eco de este desierto sin paisaje, de este precario purgatorio donde deambulan las ánimas en pena, en panne, corrijo yo, mientras reviso las bujías y el carburador de esta vieja carrocería incomprensible.
Tan lejos, tan cerca!, me susurra burlón Wim Wenders.
Luego, el silencio es ensordecedor y la quietud, vertiginosa.

Inevitable.

Inevitable es este respirar mas empedernido que saludable, este latir arrítmico pero continuado, como el cine de la infancia. Inevitable es que la vida coleccione fantasmas, como yo colecciono mecheros, que se van apilando en un rincón de la biblioteca. Inevitable es que mis ojos se escapen detrás del meneo de esas caderas generosas, que te dejan ciego por tres eternidades! me regaña mi vecina de mesa.
Inevitable son las moscas del verano y las hojas caídas del otoño, los abrazos del reencuentro y las lágrimas de las despedidas. O al revés.  Inevitable es la distancia cuando quieres conquistar el mundo, absurda querencia de una juventud que de lejana, si la visitas, vuelves viejo. Inevitable en fin, es seguir viviendo. A cambio de nada, a cuenta de todo.

Lo evitable, son los reproches del tiempo vivido y sus relojes, las faltas en la libreta, los deberes, las penitencias, los reparos, las letras pequeñas de todos los contratos, especialmente de los contratos de amor.
Evitable es la bala, evitable el soldado, evitable la patria y su himno. Evitable es la verdad y sus mentiras.

Inevitables estas ganas.