Funde cenital y entra efecto calle.

30/07

La Antigua Viña/

Despaciosamente, recostarse sobre las horas y dejar pasar el mundo.

Es la hora de los dos mundos.
Cuando se funden la luz de las farolas y y las últimas luces cálidas de este sol anclado a la noche, este sol sin límites ni piedad.

Es en esta hora en que el barrio vuelve a su orilla, en que los pasos o los tropiezos, nos traen de vuelta a casa.
Las terrazas se llenan, la calle se desenrosca, se despereza del letargo de las horas tórridas. El aire que se enfría se hace respirable al fin.
A esta hora, el mayor placer es respirar y eso hacemos en el barrio, respirar, y ya puestos, hablamos. O se calla uno, bien a gusto.

Hora mestiza.
Sol, luna y farola. Efecto soñado por todos los iluminadores, pero que solo lo realizan, algunas veces, las grandes actrices con sus técnicos. Juntos, echan chispas de luz, de matiz, de sombras. Ellas en escena son comidas por el mundo y ellos las iluminan.

Hora de tertulias, de beber lo que quieras, pero fresco. Porqué no un peppermint frappé, me dice la edad disfrazada de ocurrencia divertida.
Hora antigua de las orquestas en las glorietas, en los kioscos de los parques.
Hora amable, porque todos sabemos que de donde venimos, llegar ya es una victoria. Y celebramos sin preguntas y nos contamos historias, nos regalamos luz, escenario y público, para mejor hacer y ser.

Y finalmente acaba el día, y se iluminan por un instante las miradas, antes de que sea noche y cambien, los brillos y las miradas, solos o combinados.
Luces, sombras, matices.
Fundido en noche.

Buenas luces, buenas mezclas, y buenos fundidos a todas, todos!

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Inquietud de un sueño.

30/07

(Postal escrita desde una fotografía de Patricia Ackerman)

En un cristal, un reflejo borroso.
A la derecha hay una mujer con una sombrilla o un paraguas. La imagen es en blanco y negro y no se sabe si llueve o si la mujer se protege de un certero sol blanco.
No se porque, pero imagino que es un día lluvioso, en un escenario portuario, quizás sea porque el esmerilado del cristal donde se compone el reflejo, confiere al suelo un movimiento acuoso, al tiempo que un objeto oscuro, a ras de suelo, a la derecha de los pies de la mujer, recuerda a un bolardo que espera infructuosamente el amarre de su vida.

A la izquierda y al fondo aparece lo que se me antoja una embarcación desproporcionadamente pequeña en relación al tamaño de la mujer. Finalmente, hay en primerísimo plano una barra fina, precisa y fuera de contexto que cruza indolente, sin principio ni fin, el sector izquierdo de la imagen, y tacha inequívocamente a la barca, la descarta.

Todo es reflejo, y entonces salta brutal la evidencia: La escena toda, ocurre a mis espaldas.
Eso le confiere una profunda inquietud, pues algo falta en ese reflejo, y esa ausencia asusta. Por fin consigo descifrar lo que agita mi mirada, falta el propio reflejo del que mira, falta mi reflejo.
En un principio pienso que tal vez sea esa la verdadera naturaleza de la imagen, la de borrar al observador, la de hacerlo invisible, desproveerlo de si mismo para abocarlo a la irrealidad de un reflejo sin origen, sin embargo…
Sn embargo y después de una lenta y meticulosa observación todo explota.
No falta el reflejo del observador, no falta mi imagen. Atónito descubro que al observar detenidamente la imagen, poco a poco me he ido transfiriendo, convirtiendo en esa mujer.
Es ella, o sea yo, quien se refleja y se observa protegida con su paraguas.
Sin cuerpo real de este lado de la imagen, el reflejo me observa en el vacío de mi imagen a este lado del sueño.
Entonces despierto.

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Estío.

25/07

Desde el remanso del salón/

Estación del año que principia en el solsticio de verano y termina en el equinoccio de otoño.

Estación del año, solo comprensible si se le aplican los recuerdos de infancia en las dosis indicadas.
Que cada quien, que cada cual, vierta y mezcle sus olores, sus luces y sus horas.

Horas de estío.
Suenan a zambullida clandestina en los estanques, en las charcas, en los arroyos. Suenan a manguerazos en los patios, a baldazos en las calles, a ropa mojada pegada a la piel, y a sonrisas descosidas, abiertas de par en par.

Tiene el estío, aquel presagio de las tormentas de verano, que solo existieron para que nosotros las podamos recordar. Tiene el gesto ceñudo en los ojos que se protegían del solano a la hora de la siesta, y que marcó por siempre nuestra fisonomía.
Tiene el sabor de la fruta robada y de las lecturas prohibidas.

Fue el estío quien firmó la cicatriz de mi rodilla derecha, cuando caí en picado desde el ombú y sin paracaídas, y fue una tarde de estío que leí por vez primera de motu propio y mi alma quedó atrapada ya para siempre en el entramado de letras, sílabas y frases, con el convencimiento de que habían sido escritas solo para que yo las descubriera.
Tienen las noches de estío, la voz de mi abuela y la letra de sus cuentos de miedo, a la orilla de su cama con palangana para las goteras. Tienen esas noches, estrellas para mirar y deseos para cumplir.

Tiene el estío sus bichos, sus lagartijas, sus langostas, sus mariposas y sus luciérnagas, teníamos nosotros los frascos para atraparlos. Luego, trepados en el ramaje de los árboles, nos enseñábamos entusiasmados los tesoros capturados, y ya de paso, poníamos trampas de alquitrán con migas, para los pajaritos.

Fue una tarde de estío, en una playa ya olvidada  cuando conocí el sabor salado de la piel deseada, y esa misma sal quemaría después en la herida que ese encuentro abrió en las carnes del alma. Y dejé de ser un niño.

Estío, estación del año que principia en el solsticio de verano, que termina en el equinoccio de otoño, y que atraviesa y abre nuestra vida, como el cuchillo atraviesa y abre la jugosa y dulce sandía con que soñábamos en las tardes frías del invierno.
Buen estío y buena canícula, a todas, todos!

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Palabrerío.

23/07

Desde la esquina callada del salón/

Cuantas veces dije.
Cuantas veces no empecé ni acabé lo que sea que hubiera de empezar o acabar.
Y fue, no el juramento que es pasional como el amor de juventud y no dura un rábano. Fue la certidumbre la vulnerada.
Cuantas paredes maestras del pensamiento se nos fueron al carajo con esto del vivir. O parecido.
Pero sigo vivo y cuerdo de atar, como dice Joaquín, gracias a esta colección de palabras que dicen lo que no nombran, pero lo dicen igual e igual queda nombrado.

Palabras preciosas, recias, frágiles, únicas. Palabras impares, palabras mayores, o menores como los paños. Palabras empañadas de tristuras. Palabras que con empeño, con mas paño que oro, suben la silenciosa cuesta a pulmón.
Palabras mudas, ciegas o sordas que tiemblan sobre la mesa, al costado de un café que se enfría y de estas manos que envejecen.

Palabras prestadas que guardan ecos de voces amigas, de voces ausentes, de voces truncadas.
Palabras dadas sin juramento ni traición. Palabras cruzadas rabiosas. Palabras que lo contagian todo, con el boca a boca, tan sucias de besos y caries.
Palabras que te paran en seco ante el abismo del silencio. Palabras propias, identitarias. Palabras comprometidas, prometidas, palabras apalabradas.

Cuantas veces pronunciadas, cuantas veces desoídas, cuantas veces silenciadas.
Palabras que van dejando su reguero de sílabas caídas, como las migas de Hansel y Gretel.

Ahí están.
Os doy mi palabra. A todas y todos.

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

En el trapecio.

Seguir volando.
Aunque los cielos sean ahora mas bajos.
Aunque redoblen los años mas que los tambores.
Aunque lluevan payasos de punta contando las horas.

Gastarse la piel, las alas no.
Agrietar el suelo, asomarse al abismo.
Y volver.
No para contarlo, para criar secretos.

Poner contra las cuerdas a este fuelle respirador,
y en esas mismas cuerdas colgarme la vida y girar.

Girar y volar.
Y ninguna vez, no será la última ni la primera.
Mi única noción del tiempo.

Tiene escena la pista.
Y tiene aire,
que lo vuela todo.

Julio 2013

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Rumor.

19/07

Desde donde sea que estoy, estuve y seguiré estando/

Viernes, el único argumento. Todo lo demás es calor.

Viernes que te derrite como a un helado de crema. Como al traje de Ray Bradbury en El traje color crema de helado. Cuento a releer por todos y todas pero solo en las noches calurosas del verano.

Sentado en la terraza, al resguardo del parasol, con bermudas, las sandalias a un lado de la silla, y mis pies al otro. Como Lluna, la perra vieja y negra con pañuelo al cuello, que se refresca como puede bajo la mesa de su socio, yo también busco enfriar desde abajo el calor que me calienta desde arriba, y mis pies pisan a gusto las baldosas sucias de la acera, mientras tiro de un golpe mi café en un vaso con hielo.

Viernes, día cargado de rumores.
Rumores de lluvia que no llega. De cambios que tampoco llegan.

Rumores que dan rubor, rumores que duelen, rumores que incitan, que te dan plantón en el páramo de un corazón vacío y ajeno, o te inundan de presencias el desayuno.
Rumores de venganza firmados siempre con sangre ajena.
Rumores de ti, rumores de mi, de todas las tu, de todos los yo, y espejito vale doble, decíamos allá por la infancia.
Rumores de un barrio a punto de ebullición. Rumor de asfalto caliente que quema los neumáticos, que quema los pies, que quema los pasos de esos pies, que quema y borra el camino por donde transitaron esos pasos.
Huyen los míos y yo los sigo, en dirección a los interiores, allí donde las sombras dibujan enredaderas en las paredes. A la penumbra en bandolera de mis viejas persianas de madera, con sus celosías y sus sombras en movimiento, que viajan a través de las paredes y los techos, en forma de renglones, de escaleras. Pequeñas escalas en negro, viajando por paredes blancas. Al piano Art Tatum.
Buen viernes, buena penumbra, buena intimidad, a todos, todas.

Mareados. Marea dos. Mar a dos.

16/07

La Antigua Viña/

Tienen sol, los ojos del barrio. Y cuando te miran te iluminas.

Es tiempo de abrir ventanas y almas, y que las olas del mar rompan en los salones, en los pasillos, que inunden las cocinas y que se remansen en la habitación de los viejos. Que por romper, nos rompan en las venas, y nos den oleajes de vida.

Hoy el horizonte es mas vecino que horizonte. Hoy el barrio es mas playa que barrio, y andamos vecinos y vecinas salpicados de arena, picados de sal.

Hoy cada náufrago construye su isla y los vendedores de orillas trafican en las esquinas. Hoy las palmeras te crecen a la sombra de los buenos recuerdos. Y que a los malos se los coman las gaviotas.

Hoy navego por los bordes húmedos de esta lengua seca, buscando en las papilas la palabra que me de tierra. Que me de un lugar desde donde añorar nuevamente esta mar que me reclama.

Mar que te busca y te pierde. Mar con mas distancia que sal.
Mar que se hará dulce en tu puerto.

Mar que moja los ojos pero se traga las lágrimas.
Que hace olas del llanto de las partidas.
Que da profundidades a los abrazos del reencuentro.

Mar que se llevó tu piel, pero dejó tu mirada,
ese otro faro que ilumina mis puertos.

Mar que marea. Mar que nunca se seca.
Que nunca será piedra del camino,
ni piedra en el zapato.
Mar que contiene las tierras por descubrir,
donde se dicen las palabras que no encuentro.

Mar que rompe sus olas en lado vacío de la cama.

Buena mar y mejor puerto, a todas y todos!

En los puertos de mar ( sin Brel, sin Amsterdam).

15/07

Desde la cubierta del salón/

A media luz. Sol y farolas, cielo a franjas.

Se va tarde por la noche, el día. Días nocheros, parece el nombre de una zamba de arrieros. Días trasnochados, noches que empiezan tarde. Noches concentradas.

El verano, en las ciudades con puertos al mar, tiene la sal en la piel, tiene la arena en la nevera, y tiene ojeras nocturnas tostadas al sol.
Las noches de verano, en las ciudades de puertos y mar, son frontera abierta al territorio de sirenas y tritones, allí donde los roces del baile dejan rastros de escama con piel mezcladas, junto al polvo de las estrellas.

En las ciudades de mar, son las gaviotas quienes dicen hasta donde el mar en verdad entra.

Con la vejez, los urbanitas aprendemos a mirar el mar con ojos marineros.
Con respeto. Sabiendo que está vivo.
Sabiendo que le tenemos deuda, que le tenemos ira, que le tenemos miedo.
Por lo que da, por lo que quita. Porque separa.

Con el mar, los urbanitas envejecemos menos, aunque no vivamos mas. Y mas que agrio, con los años, sabemos salado. Y aunque algunos empezamos a branquiar por tantos humos vividos, por tanta bocanada inflada de frente entre las olas dulces del tabaco, aún seguimos respirando mejor la vida que el aire, cuando estamos en tierra. Y los urbanitas siempre lo estamos, menos yo, que suelo estar mas en el aire. Ese otro mar. Eso sí es marinero (además de ser de Borges).

Día ladrón de noches.
Apaga tus velas! Apaga ya tus velas! Le pide Tennessee Williams a su hermana Laura en El zoo de cristal.
Apaga ya tus velas, día! Le pido yo a este lunes eterno.
Demasiado día y poca noche. Casi lo escribe Shakespeare.
Pero las cortas noches de verano tienen la magia, toda.
Es en las noches de verano cuando producen los sudores, la sal necesaria para hacer olas y playas, naufragios y rescates. Cuando se inventan las islas caídas de los mapas

A días largos, noche-mar para todos y todas!

Dramatis personae.

13/07

La Antigua Viña/

Anda la mañana pintada de gris caliente. Anda la pereza enroscada en los zaguanes, los portales y cualquier otro rincón umbroso. Como mi cabeza.

Números rojos, en termómetros y bolsillos, hermanados, unos en el exceso y los otros en el deceso. Pero ambos me queman la punta de los dedos. El bolsillo se puede arreglar con un agujero, ya puestos, que además te da acceso y te podrás rascar cuanto te pique.
En cambio el termómetro no tiene arreglo. Ni soplando.

Pasa un gnomo de jardín centenario, con su boina, su vara, sus espardenyes bigotudas y su morral en bandolera. Este viene del secano, pienso, este sabe de calores y de bolsillos rotos. Mientras anda, a cada paso, se hace un poco mas pequeño. Cuando llegue a la esquina, tendrá el tamaño justo y los niños y niñas del barrio lo cogerán con la mano para ponerlo en el pesebre. Pero no, el gnomo, contra todo pronóstico, entra en la tienda de ropa latina. Me pregunto si saldrá con unos pantalones con el tiro por los suelos y enseñando la raja siguiendo el dictado de la moda hucha. Será por ver si alguien le echa unas monedas para paliar lo de los bolsillos rotos, mascullo atento a la salida, aunque también vigilo los escaparates, por si lo guardan confundido con un maniquí.

Del interior de La Antigua Viña sale David Niven, un parroquiano de pelo blanco, bigotito atusado y un caniche viejo y coqueto, blanco también, para hacerle juego. Hombre cordial y xarraner. Me cuenta que por hacerse una tila, se tiró el cazo de agua hirviendo en la muñeca, que ahora está despellejada y escamosa y que por eso estuvo unos días sin ocupar su escaño en el estaño. Ahora camina dejando un reguero de escamas blancas y antiguas en dirección al mar.
Pasa un ángel del infierno con toda la parafernalia motera, pero empujando un cochecito de bebé. Cambio Harley 1200cc, por descendencia, habrá publicado en el segona mà.
Frutos del mercado de ocasión.

En esas que el gnomo vuelve a salir de la tienda, y al pasar a mi lado compruebo que ha cambiado el morral por una bolsa de nylon con la lengua lamedora de los Stones impresa en rojo surrealista.

De mi portal sale mi vecino Diógenes, pero en vez de seguir su ruta diaria, me saluda, se presenta, y se sienta a mi mesa a beber una manzanilla. Me cuenta que es mecánico jubilado de camiones y miembro de una sociedad protectora de gatos, y que por eso sube cada día al Montjuic -la montaña que le cuida las espaldas a mi barrio- donde una manada de felinos lo espera para charlar mientras él les sirve la comida.
Ese era el secreto de su carrito, comida para gatos!
Me cuenta también que su hijo es licenciado en filología, en la especialidad de lenguas muertas, griego y latín y que ahora está preparando su doctorado. No iba yo desencaminado al ponerle su alias, Diógenes. A partir de ahora será Josep Diógenes, para servirle a usted y a su gato.
Amo a mi barrio. Mi barrio me ama.
Que el vuestro os ame también, a todas, todos, y a los gatos sin distinción!

Reloj, marca las horas.

12/07

Desde el borde del salón/

Horas ajenas.
Tiempo corrupto que nos deshereda y nos deja en una esquina del reloj donde nunca llega ninguna aguja. Horas esquivas que nos niegan el saludo, que se escabullen entre los otros y sus rumbos.
Esas horas en que el tiempo transcurre quieto como la sombras que da la farola en esa estatua.
Tan quieta sombra, tan estatua la farola.
Quedó la aguja cosiendo siempre el mismo punto en la trama del tejido. Envejecer en la misma sonrisa.
Es en estas horas en que solo nos puede salvar sentarnos frente al mar, mirando al horizonte para intentar divisar la costa de África entre la bruma. Aunque estemos en los fiordos noruegos, o en la orilla del lago Chascomús.

(Como me enseñaste, en aquella playa de Zahara de los Atunes, a donde íbamos desde tu casa en aquel pueblo que no lo es, El Armarchal. Un lugar en medio de ninguna parte, me dijiste una vez, antes de irte de todo)

Como los niños cuando se enfadan, si tu me, yo más, yo me defiendo de estas horas inciertas, cambiando segundos por latidos de este viejo metrónomo, que con el sosiego, aún me da las sesenta pulsaciones necesarias para seguir equivocándome, o sea para seguir.
Yo reloj de mi mismo, me doy cuerda, me pongo en tiempo, y le gano al ajedrez a la locura. Y bailo en el trapecio para que gane ella y así hacemos las paces.
Será la calor.
Buenos latidos para tiempos inciertos a todos y todas!

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman