15/07
Desde la cubierta del salón/
A media luz. Sol y farolas, cielo a franjas.
Se va tarde por la noche, el día. Días nocheros, parece el nombre de una zamba de arrieros. Días trasnochados, noches que empiezan tarde. Noches concentradas.
El verano, en las ciudades con puertos al mar, tiene la sal en la piel, tiene la arena en la nevera, y tiene ojeras nocturnas tostadas al sol.
Las noches de verano, en las ciudades de puertos y mar, son frontera abierta al territorio de sirenas y tritones, allí donde los roces del baile dejan rastros de escama con piel mezcladas, junto al polvo de las estrellas.
En las ciudades de mar, son las gaviotas quienes dicen hasta donde el mar en verdad entra.
Con la vejez, los urbanitas aprendemos a mirar el mar con ojos marineros.
Con respeto. Sabiendo que está vivo.
Sabiendo que le tenemos deuda, que le tenemos ira, que le tenemos miedo.
Por lo que da, por lo que quita. Porque separa.
Con el mar, los urbanitas envejecemos menos, aunque no vivamos mas. Y mas que agrio, con los años, sabemos salado. Y aunque algunos empezamos a branquiar por tantos humos vividos, por tanta bocanada inflada de frente entre las olas dulces del tabaco, aún seguimos respirando mejor la vida que el aire, cuando estamos en tierra. Y los urbanitas siempre lo estamos, menos yo, que suelo estar mas en el aire. Ese otro mar. Eso sí es marinero (además de ser de Borges).
Día ladrón de noches.
Apaga tus velas! Apaga ya tus velas! Le pide Tennessee Williams a su hermana Laura en El zoo de cristal.
Apaga ya tus velas, día! Le pido yo a este lunes eterno.
Demasiado día y poca noche. Casi lo escribe Shakespeare.
Pero las cortas noches de verano tienen la magia, toda.
Es en las noches de verano cuando producen los sudores, la sal necesaria para hacer olas y playas, naufragios y rescates. Cuando se inventan las islas caídas de los mapas
A días largos, noche-mar para todos y todas!