Mi edifico es un triángulo escaleno -todos los lados son diferentes entre sí- cuyo lado menor se aboca al mar hasta mojarse los pies en la playa de Ocata. La esquina del salón, que es la esquina de la manzana, es también la esquina de la diagonal mayor del triángulo, que está cortada en chaflán, por una ventana que se empareja angulada con otra frontal, creando un mirador, al que se suma finalmente la ventana central y mayor. Es decir, no hay manera de abstraerse a la luz, al paisaje, a la contemplación con un alto riesgo de abducción.
El costado diagonal de la casa, da a un pasaje, que es donde se halla la entrada del edificio, y enfrente en el mismo pasaje, está el costado de la Casa de la Vila, edificio de estilo neoclásico, mas cercano al decorado teatral que a la arquitectura, y por eso bello. Ambos edificios tienen la misma altura, y al estar en último piso, el sol -al que veo salir y veo ponerse en los ventanales del frente- entra además por la tarde, en diagonal, en todas las habitaciones de la casa en un festival de rayos de luz, con el decorado -que asoma tras las ventanas- de falsas columnas, balaustradas y banderas que ondean con una línea de mar de fondo, a una distancia irreal para ser una calle real.
En el frente, el mar, es contundente en su desmesura, también la playa se agranda, extensa a lo ancho y a lo largo, luego las palmeras, el paseo marítimo, y finalmente como un tajo intenso y urbanita, el tren y la carretera.
Durante el día el mar es tan presente que lo demás es una anécdota, pero a la noche el mar desaparece en un fundido a negro sin matiz. Entonces, la estación y la carretera son la última frontera iluminada ante la oscuridad,
La estación es mínima, apenas un apeadero, unas mamparas y unos aleros funcionales, que cubren un pequeño tramo del andén, algunos bancos diseminados aquí y allá, y una maquina expendedora de billetes, y aunque el último tren pasa alrededor de la medianoche, la estación permanece iluminada hasta el amanecer, desierta, irreal. Casi una escena, seguro un escenario.
La carretera durante el día es de tránsito continuo, apretado, pero por la noche se reduce considerablemente, aunque no acaba de detenerse nunca. La única acera de la vía, tiene vida y respira por dos. Llena de comercios de todo tipo, ancha, arbolada y concurrida, y aunque estamos a pie mismo de la carretera nacional N-II, cada tramo tiene un nombre propio, el mío es, Passeig de la Riba, una manera de hacerla mas propia, como una calle mas.
El pueblo baja de montaña, y por tanto sus calles perpendiculares al mar, son de bajada, o subida según se encaren.. Ocata es un sector, un barrio de El Masnou, con su playa, su apeadero de tren y su meridiano, concretamente el meridiano verde, que une Dunkerque, París, la playa de Ocata, y atraviesa mi ventana como una revelación.
Decir que la mudanza me dejó de cama, no es una metáfora. Entre la lluvia, este clima nuevo, y el frío que finalmente se dejó sentir, he pillado un resfriado de mil demonios, así pues, enfundado en capas de ropa, mantas de lana y pañuelos de papel, deambulo de una punta a la otra de este casa con proa, de este barco con cimientos. Tal vez sea la fiebre, o el meridiano verde atravesándome la cabeza, pero la intuición que tuve al ver, primero la foto en internet, luego, el edificio desde afuera, una noche al volver de una actuación en el Mandràgora, hasta el día que lo visité por primera vez, no solo persiste, sino que día a día se vuelve certeza. Esta casa me habita.
Si el Poble Sec me acercó al mar, al puerto, el Masnou es una zambullida en apnea, en el mismo amor.
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