A hostias con la vida.

Ya está bien! Si quieres pasamos cuentas ahora mismo! Le dije a mi vida en tono desafiante y bravo. Ella me miró displicente, pero no dijo nada, solo me sacudió en todo el rostro de la memoria, con tres quebrantos antiguos que yo creía cicatrizados, pero que de tan vívidos ahora, volvían a romperme los huesos del alma. Pero aguanté el envite, mantuve el tipo, y hasta me mordí fiero la lengua, por eso de que un clavo quita otro clavo, o que un dolor mata otro dolor. Puse de escudo esta epidermis de cocodrilo, esta muralla china que supe levantar piedra a piedra a lo largo de los años, sumando artes y mañas. Pero mi vida, y eso lo sé a base de bien, es de mal perder, y gasta además un pronto arisco y navajero, con mas dobleces de los que hay en todo el arte de la papiroflexia, que ya es un decir. Y cambiando solo la iluminación de los recuerdos, convirtió en mísero lo que fuera precioso y preciado. Con un golpe de luz eliminó profundidades, equilibrios, sombras, convirtió el gesto en mueca, en raso lo sinuoso, destruyó escenas y escenarios nada mas que a fuerza de amperios y voltios, maldita vida mía. Como un sol ardiente y destructor quema y destruye los bosques, ella arrasó los rincones de mi memoria, convirtiendo todo en cenizas de ex-fumador.
Todo a mi alrededor fue paisaje después de la batalla, desolación, devastación.
Ella, como el director que cierra con un gesto de batuta la mas grande sinfonía, se giró violenta hacia mi, fulminándome con el destello feroz de sus ojos. Nos quedamos en silencio una eternidad. Mi caparazón había resistido, pero en su fiereza, mi vida se había destruido a sí misma, no quedaba nada, solo bruma y silencio.
Entonces, quien paga los whiskys? Le pregunté, por decir algo, por romper el silencio. Ya los pagaría yo, dijo ella, pero lo he destrozado todo, y en este todo van incluidos tu gusto por la bebida y mi cartera. Reímos los dos, y yo chasqueé la lengua seca en mi nuevo paladar desaborío. Por suerte era viernes y los viernes suelen ser un buen día, creo que pensé, mientras comenzaba a limpiar el desastre, agrupando fragmentos y trozos, haciendo montañitas con los restos de mi vida, construyendo al descuido una geografía amable. Poco a poco dellimité estancias, dibujé pasillos, rincones confortables, todo con los fragmentos ya inservibles de mi vida.
Con una buena iluminación…

Diálogos contra yo.

Maldita sea! Hay días en que no puedes ver mas allá de tus narices!, me suelto sin venir a cuento, nada mas despertarme. Peor sería estar mirándome el ombligo,  me revuelvo desafiante entre bostezos y lagañas.
!, atajo yo, airado, desde la red o la almohada. Y parece que también es cierto eso que dicen, que no hay mas sordo que el que no quiere oír!. Corrijo! -me grito al vuelo, convencido de que la mejor defensa es un ataque- Lo que sí es cierto, es que no hay mas sordo que el que decide de antemano lo que va a escuchar, que no es lo mismo! Lo cual es aplicable a la sordera y sus audibles, como a la ceguera y sus visuales! remato.
Aunque a esas alturas ya no tenía claro cual de los dos yo estaba hablando, y eso es harto molesto, ya que entonces corro el riesgo de decir lo mismo que digo yo, y eso es obviamente inaceptable. De acuerdo conmigo mismo?! Jamás!

Hete aquí, que entre tanto cruce de golpes rápidos, llego al lavabo, cruzando un largo pasillo donde el mundo torturado/or de tadeus Kantor me iba dando golpes malos en las vertebras y patadas en las espinillas.

Que pasa, que ya estamos demasiado hechos y no hay necesidad de que otra u otro nos complete?! Como te ves el resto de tu vida, aferrado a tus hábitos mezquinos y solitarios? El que habla ahora soy yo en el espejo, desfigurado por la alergia, reprochándome de buena mañana nada menos que toda mi vida, y para colmo con una artimaña pueril, en la que no pienso caer de ninguna manera. Otra cosa, por supuesto, es que por propia decisión me tire de cabeza.
Le -me- sonrío mientras me cepillo los dientes, él sigue haciendo muecas horribles y la boca se le llena de espuma y balbucea sonidos guturales ininteligibles. Hasta que acaba escupiendo como un poseso. En semejante lamentable estado me está regalando montañas de puntos gratis, pero yo opto por no recoger pelota. Secándome cuidadosamente la boca y sus comisuras, con la toalla, vuelvo a sonreírle o sonreírme, mientras él deja la toalla en el toallero, apaga la luz y sale del lavabo, cerrando la puerta.
En que momento perdí la batalla, la guerra y la vida, me pregunto desde el otro lado del espejo.

La Capitana.

Orillas tiene el amor y océano la muerte, dijo. Y ya no volvió a decir nada mas.

Los años le deslizan húmedos por entre las arrugas y surcos de la piel, como una cascada de vida, que fluye desde todo su cuerpo, magro y apretado, hasta estallar en el cristalino de sus ojos, de un azul mar y tempestad, de una profundidad hermana de los abismos.
No es luto sino dolor, el negro de su vestido. Alma de faro su columna erguida hasta mas allá de su altura, no hay pared que ponga coto a su mirada que se escapa siempre hacia la playa.
Hija, esposa y madre de pescadores, dicen que la mar se los llevó a todos. A ella, la resaca de la tragedia, la fondeó en los bares del Paral·lel. A veces de tarde en tarde se sienta en mi terraza, en tercera fila, la del bordillo, y otea en dirección mar, mas allá de la plaza de la carbonera, mas allá de las grúas del puerto, mas allá de donde llegan las gaviotas, cuando se internan mar adentro, entonces su piel desprende el néctar que embruja a los marinos para que vuelvan a tierra.
Dicen que ella soltó las amarras de la cordura, sin embargo su mirada te enseña que tiene cuerdas de sobra, solo que su alma tocó mas dolor del que se puede aguantar. Pero aguantó. Bebió mas orujo del que se puede beber, pero aún se la ve, de tarde en tarde, negra vela desplegada. Es La Capitana, la viuda del mar, la vigía, y tantos otros nombres como quiera el barrio ponerle. Para mi es otra dama del Paral·lel, y esta noche brindo, mi whisky por su orujo, y sueño que con ella bailo el vals de los náufragos.