Viajeros del tiempo.

29/10

Desde el cielo.

Tal vez no sea tan grande el mundo o tal vez es que nos hemos acostumbrado a recorrerlo, a cambiar de continentes, de hemisferios, de estaciones, de usos horarios, a que hoy sea el sur en primavera, y que mañana sea norte y otoño.

O tal vez le dimos ya demasiadas vueltas y sea por eso que ahora estemos tan cerca y tan lejos de todo, siempre.

Mientras tanto, entre viaje y viaje, hay unas horas que gotean, que se caen del día o de la noche, a un costado y al otro.
Y tal vez sean esas horas que no pasaron por nuestros relojes, las horas en que acontecen las verdaderas maravillas. Las horas en que el tiempo se tumba a tu lado a verlas pasar…
Horas que desaparecen justo antes de pasar, o que pasan dos, tres o mas veces seguidas, y te saludan con una sonrisa amplia y burlona

Hoy, por ejemplo, he partido de dos países distintos, a la misma hora! Y el país de destino, se ha quitado una, para recibirme mas joven.
O quizá sea simplemente que el tiempo corre verdaderamente en todas las direcciones y solo seamos nosotros los que avanzamos de forma lineal.
Buenos viajes y buenas horas, a todas, todos!

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Piedra.

Tiene memoria la piedra.
La memoria del agua que la perfora, que la agrieta.
La surca.
La memoria del viento que la redondea.
Del musgo que la viste,
Del lagarto que la visita.

Deja la piedra callada, que la construyan.
Iglesia o castillo,
Cueva o casa.
Ella guarda memoria.
Deja la piedra inerte que la vida pase.
Ella guarda memoria.
Mas allá deviene piedra filosofal.

Piedra que es primera,
Nunca es inocente.
Piedra que es última,
Lápida que silencia.

Piedra protectora o agresora,
En medio nosotros, nuestras cosas.
Siempre cerca de la memoria de la piedra.

Octubre 2013

Fotografía de Patricia Ackerman

Fotografía de Patricia Ackerman

Mirador.

21/10

Desde la luz y las sombras.

Ojos que han mirado. Que lloraron cuando tuvieron que llorar, que se achinaron de risa, se cerraron de sueño o de miedo. Ojos que me cuentan el mundo en sus detalles, en sus colores, y en su injusta medida.
Ojos que mudaron su piel como las serpientes y del marrón miel, viraron al verde que te quiero verde/ Bajo la luna gitana/ las cosas le están mirando/ y ella no puede mirarlas/ cantaba Lorca.

Ojos que ni de cerca ni de lejos dieron en la diana, ni falta que les hizo! Total, nunca les interesó la letra pequeña del mundo y sus cosas, pero que por contra, siempre les gustó leer secretos escondidos al biés de la página o vislumbrar horizontes.

Ojos con sus fallas, su desgaste, sus puntos ciegos, por donde se escapan siempre las buenas oportunidades. Puntos ciegos que me han dejado perdido y a dos velas, en las oscuridades del alma.
Ojos ni grandes ni pequeños, justos vigías de lo que acontece allí afuera.
Ojos mirones sin malicia, que acompañan el caminar de las mozas, que se iluminan de luna y estrellas cuando están felices, que se enrojecen de dolor por ver mas de lo que ven. Que se inflan de incomprensión. Que se cierran de espanto.
Me han acompañado y me acompañan desde la primera luz que me alumbró.
No tienen zoom ni enfoque automático, solo estas ganas inmensas de seguir mirando, de capturar imágenes como los niños capturan luciérnagas en las noches cálidas de estío.

Retazos del alma.

Mejor no lo vas a encontrar, me dijo.
Éramos jóvenes, sus pasos no estaban perdidos, todavía Sus ojos explicaban el mundo. Y yo crecía en la inteligencia de su mirada.
Luego fue Vallecas, la movida, y una sobredosis en el fin del mundo.

Tanto como puedo, tanto como sé.
Respiro, vivo, miro, escucho. Deseo, me río, me enfado. Me rompo. Me curo. Y vuelo.

Luego están el día y sus horas. Los momentos.

Mi día comienza tantas veces al día!
Como mi vida, que ha comenzado tantas veces. Pero nunca es la buena, nunca es aquella, esta!
Pero yo sigo tirando los dados marcados, gastados, como el gesto con que los tira, jefe, me dice el fullero al oído, mientras me hace el cambiazo, y otra vez, esta no es aquella!

Tanto como sé que puedo.
Seguiré dándoles el mejor aliento, la mejor batida. Buscaré el mejor ángulo de tirada y mientras los dados rueden el corazón seguirá latiendo. Y el día seguirá comenzando tantas veces como haga falta. Y yo seguiré inventando vidas.

O no.
O mejor dejo el azar a Balthazar, me aconseja Robert Bresson, mientras Campanilla canta desafinada en vena, que Peter Pan, fue Ícaro niño. 
Polvos por papelas, puta heroica!, grita Juana la loca.
Y mi corazón se rompe, pero mi vida sigue latiendo.

Yeguas nocturnas. (nightmares)

Amanecer de madrugada, atado a la medianoche y sus fantasmas.
Se que no es la oscuridad el reino de las sombras, porque las sombras solo existen cuando la luz las agita.

Son estas, sombras de una vida atorada, de una vida desvivida, son siluetas de un pasado desvaneciéndose en el filo de la memoria, a la luz del amanecer.
Son nombres entrecortados, son gritos ahogados en el olvido.

Envejezco enhebrando letras equivocadas a una historia. La mia.
Atesoro en una caja las certezas olvidadas, en otra las certezas perdidas, otra para las equivocadas. Una caja mas, para todo lo demás.
Y lo puesto, mi equipaje.

Quizás son las sombras quienes iluminan la luz. Ellas abstraen la presencia, y dejan presente la ausencia.
Sombras que se asoman y nombran, se asombran.
El amanecer las dibuja impío, en el cuaderno de las miradas negras en la pared blanca.
El despertar las clava en la casa del alma, y la edad las difumina, las desparrama.
Luego, ni el despertar las borra.

El último organito.

Nada se movió ya en la quietud de sus ojos.
No hubo mas destello que el amanecer.
No perdió brillo su mirada,
solo se vistió de pátina mate su reflejo.
Ya no titilaron mas que las estrellas.

Eran ojos miradores los suyos,
ojos pequeños
capaces de albergar el mundo.
De pasos cortitos y bastón, su andar,
solo era un cuerpo
persiguiendo sus visiones,
en la geografía chica del barrio.

Nudos de huesos sus manos,
nudo en la garganta su ausencia.
Ella es la vecina muerta,
es la sombra que nos falta.
Desde ahora.

Octubre de 2013

Escondite.

08/10

Me escondo.
Hay días en que me escondo. No detrás de un sofá, no debajo de una mesa, no.
Pero me escondo.
Y lo hago con tal intensidad y vehemencia, que ya no puedo encontrarme.

Así puedo pasar días, semanas, perdido. Perdido de este lado de las cosas, porque del otro, estoy escondido, que no el lo mismo.
Hoy, por ejemplo, me escondí antes de despertarme, sin dejar ningún rastro, ninguna señal, ninguna pista sobre mi paradero. Vaya uno a saber cuando decido salir de mi escondite!
De momento el día transcurre, sin novedad, hace tiempo que aprendí a convivir con mi ausencia. No voy a mentir y reconozco que es un poco decepcionante saber que soy prescindible para mi mismo.
No es una sensación muy diferente a la falta de esa muela, un pequeño agujero de uno mismo que no me impide triturar la comida, que no cambia el sabor de los besos.

No celebro los encuentros, no lloro las ausencias. Libre albedrío para mi y para mi. Esas son mis reglas. Aunque a veces, como un rayo, me sacude un temor, y es que de tanto irme de mi mismo, un día, ya no vuelva.