Ya no seré feliz, y no se si no importa, Don Jorge Luis, aunque haya otras cosas en el mundo. Dicho esto, lo suyo sería apurar de un trago mi copa de whisky -seco, solo- pero la cuestión es que ya no bebo, tampoco puedo aspirar el humo de un rubio americano hasta inundarme los pulmones de placer y petróleo, porque tampoco fumo. Así que no me queda otra que seguir adelante, como pueda, con semejante órdago.
No se si lo fui, sé que no lo soy e intuyo que ya no lo seré, y de momento sí que me importa, solo trato, Don Jorge Luis, de encontrar el temple necesario para afrontar este crudo traspaso de testigo y seguir la carrera sosteniendo el ritmo, mire usted.
Sí, finalmente aprendí que un instante cualquiera es mas profundo y diverso que el mar, pero lo que no me queda claro, vaya usted a saber porqué, es que la vida sea corta.
Quizá es una suerte que todo deba ser borrado, tocado al fin, por las flechas del ángel del olvido, aunque todo sea nada, porque yo ya no seré feliz, y sí que me importa.
Es un decir, lo único cierto, y coincido con usted, es esta tristeza, mirando al mismo sur, desde esta otra ventana, desde este otro mar.
De la oscura maravilla que nos acecha, a día de hoy, solo aprendí el temor de la incertidumbre, y el dolor que deja el vacío de sus mordiscos.
Don Jorge Luís, le pido disculpas por jugar irreverente con sus palabras, pero es que hoy no encuentro las mías, y estas suyas las tengo clavadas en la vida, desde cuando solo le entendía a usted, las comas y los puntos.
Atenta y admiradamente, Jorge Aníbal, sin ningún don.
(Irreverencias sobre 1964 / II, de Jorge Luis Borges)