Sus ojos miran la vida al trasluz, pensé justo antes de cerrar los míos y dejar que la tibieza de un sol indeciso, caliente este nido de pájaros que tengo por cabeza, a a ver si en una de esas nace una idea de pajarito y vuela. Pero no, ademas de a este sol frío y sin sal, solo noto la mirada discreta y cosquillosa de mi vecina de mesa, atravesarme impúdica. El mundo visto a través de este pellejo no creo que resulte una visión muy airosa, me dije mientras volvía mi atención a una mota de pensamiento que me bajaba por la sien izquierda. Casi hubiera preferido que fuese una gota de sudor, pero no, hoy solo me caen motas de pensamientos inconclusos, fallidos. Pensamientos que no cierran, que se deshacen.
Pero mientras siga con los ojos cerrados, el barrio es una orquesta, y hoy está especialmente afinada, así que de momento decido mantener vigente esta ausencia de vistas y me pongo las gafas de sol, para disimular mis ojos cerrados a cal y canto y dejo que el barrio retumbe dentro de esta cabeza hueca y todo es revuelo de sonido y sombras,
Tarde quieta de mayo, mansedumbre de un clima primerizo. Me viene a la memoria como un chapuzón en un mar imposible de años, una canción infantil: Una tarde fresquita de mayo, y entre el sonido bronco de los motores que corren a mi espalda, por la avenida, y el bullicio de las mesas de la terraza, y la gente que pasa, y el que grita, el que corre, y los que se abrazan, creo distinguir la melodía, tocada en una Citarina, con su partitura debajo de las cuerdas y una púa de nácar blanca, y una infancia en blanco y negro.