Agitar el alma como se agitan los dados, soplar con vicio de tahúr las letras del teclado y tirar las frases sobre el tapete blanco, con los dedos de perfil acomodarlas cual trilero, y pegarle el cambiazo a una esdrújula por una átona que suavice la mirada del lector, mientras de culata y contrabando se deslizan unas subordinadas, que dan el tiempo de acomode al desenlace. La suerte está echada. Es momento de recoger pérdida y ganancia. O hay cuento o hay embuste.