Leandro iba a colegio de curas caros y yo a la escuela pública. Nuestra amistad era de rellano y ascensor, no de patio y pupitre, y nuestro territorio, la plaza.
Lectores insaciables de historietas, El llanero solitario, Roy Rogers, Red Rider o Hopalong Cassidy eran nuestros héroes del viejo oeste, de sus cómics sacábamos los guiones para nuestro propio far west, y también las frases eternas para las muertes heroicas.
Lo más difícil era imitar los disparos y el silbido de las balas rebotando entre las rocas de las montañas, llevaba mucho tiempo de ensayo y repetición. Saber imitar los sonidos de las pistolas y los rifles winchester era condición para ser aceptado en el juego si eras forastero y pedías entrar. Los que al disparar gritaban Bang! quedaban descartados.
Luego estaba la producción, las cartucheras, pistolas, sombreros, todo lo menos «de juguete» posible. Ayudaba mucho si tenías botas y pantalones vaqueros, pero eso no era tan evidente en aquellos años. Y por último, lo más importante, la actuación. Caminar como un vaquero, desenfundar, matar o morir, como en las películas, que para eso estaban los domingos y la sesiones continuas de hasta tres westerns tres. Y para salir corriendo del cine -cuando ya había oscurecido- cabalgando como John Wayne, y no dando saltitos de idiota. Y otra vez la banda sonora, ahora para los cascos galopadores sobre la tierra seca del desierto de Arizona.
Jugar a vaqueros era un arte, sin duda, y no todos tenían las cualidades para jugarlo, resultaba fatal, por ejemplo, que dada la pertinaz reticencia a darse por muerto -después de un certero y bien sonado disparo- de la que hacían gala algunos pésimos vaqueros, tuvieras que gritar: “Te maté” para que el contrincante, a regañadientes, muriese y se retirase.
Cuantas veces morí en brazos de Leandro y él en los míos! Y de todas nuestras últimas palabras, me quedo con: “Cuida de Katy por mí”. Una regla no dicha daba derecho a ser el amor de Katy solo si morías, para moribundo entregársela al colega vivo. Y eso que por aquel entonces no conocíamos el dicho: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”
Anoche al revisar las fotos que había sacado por la mañana, me pareció ver la figura de Hopalong Cassidy en pleno duelo, en un rincón de un parque del pueblo.