Sin memoria me moría / Postalesdesde Ocata

-«Y tú, miserable, como quieres morir?»-
La pregunta se la hace el personaje siniestro de la película, al protagonista maniatado, golpeado, magullado, pero predestinado, por arte de guión, a sobrevivir a todos los imposibles, y por ende a sobrepasar con creces el sentido de la sobriedad y el ridículo, y eso sin despeinarse, claro.
Habitado! Si tengo que morir, que sea habitado! Vociferé yo desde el sofá sin venir a cuento ni cuenta, al mismo tiempo que disparaba un certero disparo del mando a distancia, que apagó de un soplo la vida encendida de la televisión. Y muy vivido! agregué bronco y sobreactuado a una tele apagada, callada, y perpleja. Por pedir que no quede.

Habitado como una casa, como la habitación de una casa, como ese rincón de la habitación de una casa, como el cajón del armario que está en ese rincón de la casa. Que alguien recuerde que alguna vez, allí le pasó algo, que allí descubrió algo, y también que allí, alguien perdió algo, alguna vez.
Habitado por los actos efímeros que nos dieron el temple, por los instantes que fueron, y los futuros que nunca fueron ni serán.
Que la desmemoria no me pinte las paredes del alma.

Ay! memoria, si te perdía! Me moría sin memoria.
Aún, de vez en vez, me siento a la orilla del mar de los olvidos, a ver si sus mezquinas mareas me devuelven tu presencia, el olor de tus manos, el color de tus caricias, el calor de tu mirada. Hoy todo lo que guardo de ti, son tres fotografías en blanco en negro, ajadas por el tiempo y por tus excesos, y una crónica triste escrita con mil palabras, que nunca llegaran a reemplazar tu imagen. Creo que cuando partiste, fui yo quien cerró por siempre los ojos del alma, porque ya nunca volví a verte.

Sueños y despertares II / Postales desde Ocata

Me despierto al alba, y saliendo de los sueños por la puerta trasera mientras amanece, hablo contigo, calladamente. El café caliente humea en contraluz tenue, sobre un mar que emerge desde la oscuridad.
El mundo se nos ha hecho pequeño, o inútil, creo que te digo mientras sigo con la vista, la dirección de tu imaginada mirada, y agrego, y si de este lado la llamamos orilla, por su proximidad, desde el otro, difusamente la llamarán horizonte, Sin embargo ahora es tan precisa, tan real, y tan presente como tu ausencia. O soy yo el ausente que habita este lado de la distancia? Presente, siempre presente está la ausencia. Tan corpórea a veces, tan obesa, que moja con su sudor oxidado las posaderas de las sillas para que envejezcan siempre vacías, empaña los cristales de las ventanas con el vaho cargado de su respiración, hasta volverlas ciegas. Ausencia, no la tuya, no la mía, sino ese vértigo que te abstrae, que te ajena del mundo y te enajena.
Presente. La taza de café calienta mis manos, el silencio de tu voz resuena a través del pasillo y el sol lo ilumina. Con las primeras luces atraso el reloj del alma. Muevo esos secretos hilos tejidos con la urdimbre de los sueños que se desvanecen al abrir los ojos, ya sin memoria y tu imagen esperándome en el salón.
Sé que te gusta mi casa, que te has apropiado de esa butaca que mira al mar desde dos ángulos, en la proa de este barco quieto, que me da techo, que me da fuego, que me da mar en las sábanas y horizonte en la mirada.
Presente. Levanto las persianas del resto de ventanas de la casa y enciendo el mundo, como quien enciende la radio. Un sol que baila en un cielo pintado y siluetas irreales que se desplazan mágicas, sobre el mar, de pié -con un remo largo y delgado- sobre sus diminutas tablas flotantes, «Sueños de Giacometti», es el programa que se emite en las ventanas de babor; a estribor, «Memorias del subsuelo» de F. Dostoyevski, representado en las golfas de la Casa de la la Vila, donde oscuros y subterráneos escribientes, castigados a permanecer de espaldas a la luz y al influjo del mar, se afanan a escribir galimatías y a imprimir cientos y cientos de documentos inservibles, que se amontonan en las mesas, en las sillas y en el suelo de los diminutos despachos. En la proa, La Ciudad de los Prodigios en todo su contorno y esplendor, corona al fondo, la línea de una costa entrelazada de playas, puertos y escolleras.
Presente, abro los ojos y la boca, mirando al plato de la ducha abierta y me lloro a mares, de todo, y de nada, gracias.
Y de esta agua dulce, me voy en un salto hasta la orilla de esa otra agua salada y turquesa, que lo sabe todo. Este mar que contiene todas las preguntas, todas las respuestas.
Y me quedo callado.