-«Y tú, miserable, como quieres morir?»-
La pregunta se la hace el personaje siniestro de la película, al protagonista maniatado, golpeado, magullado, pero predestinado, por arte de guión, a sobrevivir a todos los imposibles, y por ende a sobrepasar con creces el sentido de la sobriedad y el ridículo, y eso sin despeinarse, claro.
Habitado! Si tengo que morir, que sea habitado! Vociferé yo desde el sofá sin venir a cuento ni cuenta, al mismo tiempo que disparaba un certero disparo del mando a distancia, que apagó de un soplo la vida encendida de la televisión. Y muy vivido! agregué bronco y sobreactuado a una tele apagada, callada, y perpleja. Por pedir que no quede.
Habitado como una casa, como la habitación de una casa, como ese rincón de la habitación de una casa, como el cajón del armario que está en ese rincón de la casa. Que alguien recuerde que alguna vez, allí le pasó algo, que allí descubrió algo, y también que allí, alguien perdió algo, alguna vez.
Habitado por los actos efímeros que nos dieron el temple, por los instantes que fueron, y los futuros que nunca fueron ni serán.
Que la desmemoria no me pinte las paredes del alma.
Ay! memoria, si te perdía! Me moría sin memoria.
Aún, de vez en vez, me siento a la orilla del mar de los olvidos, a ver si sus mezquinas mareas me devuelven tu presencia, el olor de tus manos, el color de tus caricias, el calor de tu mirada. Hoy todo lo que guardo de ti, son tres fotografías en blanco en negro, ajadas por el tiempo y por tus excesos, y una crónica triste escrita con mil palabras, que nunca llegaran a reemplazar tu imagen. Creo que cuando partiste, fui yo quien cerró por siempre los ojos del alma, porque ya nunca volví a verte.