Autopista.

Vivimos tan intensamente como supimos. Quemamos todas las naves, sí, pero que hermoso fuego tuvimos! La madera ardía en la playa y nosotros bailábamos sin poder parar, sin querer poder parar. Atravesamos la vida librados a la velocidad y el azar.
El mapa de los años no nos amedrentó, y aunque las curvas peligrosas se tragaron a mas de uno, a mas de una, nosotros seguimos a todo gas. Deprisa Deprisa, nos jaleaba Carlos Saura desde la barrera improvisada.
La velocidad real de los motores mas veloces, resultaba lenta frente a la velocidad del alma desbocada, -furiosa por vivir, aunque sea muriendo-, me dijo ella antes de caer al abismo y romperse en mil fragmentos.

Yo seguí adelante, surfeando mis tormentas, como supe, como pude, y cuando no pude ni supe me ahogué y volví a empezar.
Vorágine siempre. Pero por muy rápido que pudiese moverme, la vida siempre me ganó, aunque yo nunca me detuve a certificar las derrotas.
Me caigo y me levanto! fue el grito de mis guerras, como lo era el de aquel tentempié barrigón con cara de payaso de mi infancia, que me enseñó que se puede continuar aunque no se sepa estar.

Por eso ahora esta perplejidad, este desencaje mayúsculo, al detenerse los motores en medio de esta nada, en medio de todo lo que está siempre en los extremos mas alejados. Panne!, me grita el alma en orsay. Panne, repite el eco de este desierto sin paisaje, de este precario purgatorio donde deambulan las ánimas en pena, en panne, corrijo yo, mientras reviso las bujías y el carburador de esta vieja carrocería incomprensible.
Tan lejos, tan cerca!, me susurra burlón Wim Wenders.
Luego, el silencio es ensordecedor y la quietud, vertiginosa.

Inevitable.

Inevitable es este respirar mas empedernido que saludable, este latir arrítmico pero continuado, como el cine de la infancia. Inevitable es que la vida coleccione fantasmas, como yo colecciono mecheros, que se van apilando en un rincón de la biblioteca. Inevitable es que mis ojos se escapen detrás del meneo de esas caderas generosas, que te dejan ciego por tres eternidades! me regaña mi vecina de mesa.
Inevitable son las moscas del verano y las hojas caídas del otoño, los abrazos del reencuentro y las lágrimas de las despedidas. O al revés.  Inevitable es la distancia cuando quieres conquistar el mundo, absurda querencia de una juventud que de lejana, si la visitas, vuelves viejo. Inevitable en fin, es seguir viviendo. A cambio de nada, a cuenta de todo.

Lo evitable, son los reproches del tiempo vivido y sus relojes, las faltas en la libreta, los deberes, las penitencias, los reparos, las letras pequeñas de todos los contratos, especialmente de los contratos de amor.
Evitable es la bala, evitable el soldado, evitable la patria y su himno. Evitable es la verdad y sus mentiras.

Inevitables estas ganas.

Aniversarios sin fechas.

Vosotros dos desde allí, desde donde sea que estéis, sin estar, claro. Secano, le dice Carmela a Paulino en Ay Carmela, de José Sanchis, cuando Paulino se lo pregunta. Digo, vosotros desde allí y yo desde aquí, que tampoco es que yo esté del todo, aunque a alguno se lo parezca, ni tampoco se muy bien donde es que estoy, ya que hay quien insiste en que estoy en algún lugar. Vosotros y yo, repito, no podemos encontrar el modo de seguir en contacto? Madrid, Barcelona, Zahara de los Atunes, El Armarchal, no fueron un impedimento, porque habrían de serlo la vida y la muerte?
El papel de Último Mohicano no me sienta bien, pero me tocó por error del director. Ser memoria de vosotros, continente y contenido.
Lo que no se recuerda no ha existido jamás, escribió A. Chéjov, pero yo se que existió, aunque no lo recuerde! Son estos, sin duda, los peores olvidos, los que nadie mas podrá ya subsanar. Cada vez entiendo mejor Las flechas del olvido de J. Sanchis, quizá debamos olvidar y olvidar hasta quedar vacíos de vida, para morir sin sobrepeso.
A mis queridos amigos ausentes.

Noches de estaño.

El cabaret del fin del mundo!? Que estupidez!! Que crees que vas a mostrar? La decadencia? La brutalidad de una boca consumida, comiéndose a otra boca? Las coristas llevarán tangas cosidas con pellejos de alma? Eso es otro zoom mal enfocado! Me respondió mi amigo el fotógrafo, mirando la vida a través de la lente improvisada de un tequila -chiquito pero matón- en la barra del bar. Y se bebió la lente de un soplo. Y yo me quedé sin nombre para el próximo espectáculo.

Pero me gustó la idea del zoom mal enfocado y me adueñé de la idea sin miramientos. Sin miramientos suyos, que en ese momento intentaba recuperar su mirada de dentro de un escote sombrío. Estos son mis verdaderos demonios de Tasmania, masculló a modo de excusa.
En ese instante yo soñaba con un nuevo y posible cartel de luces de neón: «El trasnochado cabaret del zoom mal enfocado»

Pero que es un zoom mal enfocado? No tenía ni idea de lo que quería decir mi amigo, el fotos.
Se supone que la visión minuciosa de los detalles debería darnos una mejor comprensión del todo y su complejidad. Sin embargo a veces el detalle transgrede, transforma o corrompe el todo despojándolo de su esencia! Dijo mi amigo, viniendo en mi ayuda al ver mi cara desenfocada, sin zoom y desencuadrada.
Aprovechando sus luces me defendí cobarde De eso trata mi idea del cabaret del fin del mundo! De los recuerdos mal leídos, o deformados por los tequilas del tiempo, aunque seas abstemio maticé después de un lingotazo de mi malta sin hielo, que hacía ya su vía, en dulce transición del cristal al alma, a través de la carne.
Y brindamos por el nuevo espectáculo que no haré y por la futura mujer que no tendrá. En ese momento la del escote sombrío le soltó al fotos: Hombre con tetas, o mujer con polla, tu eliges como me ves, pero, deja de mirarmelas o te cobro, que me las gastas.
El barman se mantuvo a distancia por miedo al contagio. De nosotros.

Fotografía de Patricia Ackerman.

Fotografía de Patricia Ackerman.

Amor imposible.

Cada mañana se despertaba a la misma hora. Abría sus ojos y los mantenía abiertos con toda su fuerza hasta hacer desaparecer los párpados, entonces el azul del iris explotaba e inundaba la habitación de lágrimas de mar. Inmediatamente reía a carcajadas, desencadenando un festival de olas que rompían contra las paredes de la habitación.
Fiesta en la cocina con las tostadas saltando por los aires, y ríos de mermelada bajando por las patas de la mesa, fiesta en el lavabo con la ducha salpicando rayos de sol en los azulejos vueltos de cristal ante su desnudez. En el pasillo corrían desenfrenados sus pies al galope, mientras se oía el relinchar de mil yeguas nocturnas perseguidas, abocadas al precipicio del amanecer.
Despertar a su lado requería la heroicidad de un bombero y la templanza de un guerrero Samurai.
Para sobrevivir a su alegría era indispensable coronar las cimas mas altas de la melancolía de Durero.
Que haría yo en semejante universo, sino morir una y mil veces de todas las formas (im)posibles, picarme en vena una sobredosis de sentido común capaz de convertir a Van Gogh en un inspector de hacienda, recitar de memoria y carrerilla las noticias de la sección de economía de los periódicos. Aún así, ella conseguía dinamitar todas mis estrategias.
Tanto como yo quería huir, ella se divertía en atraparme con sus redes de pesca ilegal para hundirme en las profundidades de su mar de la felicidad, ahogarme eternamente en los arrecifes de sonrisas coralinas.
Solo pude salvarme suicidando tanto amor inagotable en un vaso de agua, en el que deposité altas dosis de angustia vital disueltas en una solución de realidad espesa y pegajosa.
Fue la llovizna del alba, la garúa infinita de la tristeza la puerta de escape que me devolvió al mundo.
Y volví a suspirar por un amor feliz e imposible.

Otras distancias.

Distancia.
No de la que se recorre paso a paso, ni de la que se rueda por el asfalto, ni siquiera de la que se cruza por los aires, aeropuertos mediante.
Distancia sin metros ni kilómetros, sin mojones en la carretera, sin pausas para que abreven los caballos, o para que reposten los motores, ni para estirar o doblar las piernas, según convenga.

Esta distancia, es mas profunda, se cuenta en años, y el territorio no se recorre, se construye, y la geografía habitada, se llama memoria.
En este viaje, las fotos se hacen en la piel, que se va llenando de instantáneas de vida, de mapas de viaje, llenos de anotaciones, de rutas trazadas a mano, a veces superpuestas, a veces desparramadas. Casi siempre inconclusas.

Esta distancia la puedes recorrer sin salir jamás de una habitación, aunque no es recomendable.
Es mejor recorrer los años, moviéndose también en el espacio, pero sin abusar, porque sino corres el riesgo de quemas las naves, y ya no habrá retorno. En ninguna de las distancias.

Aunque habitar en la otra orilla tampoco está mal.
Quizá los orígenes sirven para eso, para partir y alejarse hasta tensar la cuerda y romperla, y perderse en la distancia. Perdido para el extremo inicial de esa cuerda, porque de este lado del cabo roto, se muy bien donde estoy.
Y la memoria construida en este viaje, es un hermoso y vasto mapa, tatuado en esta piel que envejece.