Días migrantes, extraños. Como respondiendo a una señal de mi metabolismo, después de quince años de espera, he emprendido -terreno- el vuelo siguiendo la ruta del mar, hacia el norte.
He dejado la ciudad, mi barrio, mi calle, mi casa. Sí, un jueves por la mañana empaqueté mis bártulos, cambié la orientación de mi Paralelo por la de un meridiano, y con mi moto guiando al camión con mis muebles,y ochenta cajas como ochenta mundos, emprendimos el corto viaje de una vida a otra.
Y aquí estoy, en el mas bello faro, donde las olas rompen en el borde de mi mesa y donde por la noche soy el guardián de la desierta estación de tren.
Afuera el temporal. Dentro, la calma. Durante los últimos quince minutos de la mudanza empezaron a caer las primeras gotas, luego fueron tres días de lluvias y vientos huracanados, el mar embravecido, las palmeras resistiendo, y los relámpagos iluminando la inmensidad.Todo a escasos metros de mis ventanas. Dentro, el caos de las cajas y los muebles desmontados, despiezados. Pero ellos se reinventan conforme voy ensamblando las piezas. El cuerpo de mi escritorio ejerce ahora de mesa principal, y el resto es una pequeña mesa de desayuno, el sofá tresillo se ha divorciado finalmente, para bien de todos y todas, la butaca de cuénteme su historia, a la que tenía olvidada y relegada, es ahora el puesto del vigía. Con el último apretón de tornillo, ellos, en un gesto perruno, se sacuden el polvo y comienzan a husmear y rastrear el espacio hasta encontrar el suyo propio. Al cabo de unas horas se reacomodan, un poco por aquí y por allá hasta que, con un crujido conjunto, dicen, así. Esta es ahora mi casa, digo yo.
Amanece el cuarto día con sol y los colores explotan! El turquesa y blanco del mar, el cielo, las palmeras, El alma no entiende nada, pero le gusta, y a mi también.
Sigo abriendo cajas rezagadas. Objetos que llegan tarde, algunos, desolados, descubren que no acaban de acomodar pero no se resignan a las cajas del altillo, esperan agarrarme en un renuncio, para que les de palco o gallinero, la cuestión es estar. La casa se deja habitar sin decir nada, pero marca sus reglas, y sella sus secretos.
Quinto día, hoy se presentó el frío, pero la casa sabe resguardarse, sabe mantener el calor, tiene buenos muros, da buen asilo. Sigo con las cajas. Hay algunas a las que sencillamente sé que no les ha llegado el momento de ser abiertas, pero hay otras, que por contra, sé que debo abrir y que será laborioso, y me resisto. Juegos de invierno, juegos de salón, y de sala, cocina, dormitorio, baño y altillo. Juegos para encontrarse mientras los guardas para no encontrarlos.
Día seis, me despierto salpicado por las olas de la playa. Vuelve a amagar tormenta, pero no acaba de caer. Hoy me toca dejar el pueblo para ir a trabajar a la ciudad! Me gusta esa territorialidad, aquí batallo, aquí vivo. La moto está en forma y me cuida. A la vuelta nos pilla la lluvia pero voy preparado, bien equipado, el resto es precaución en la conducción.
Y en esta noche de miércoles, fría y lluviosa, ya con mi primer resfrío costero, doy por terminada esta mudanza. La casa está en funcionamiento, lo que falta, se irá haciendo, se irá viviendo. Bellamente, como podamos.
Muy bueno.excelente,segui asi.Julio
Muchas gracias Júlio!!