13/07
La Antigua Viña/
Anda la mañana pintada de gris caliente. Anda la pereza enroscada en los zaguanes, los portales y cualquier otro rincón umbroso. Como mi cabeza.
Números rojos, en termómetros y bolsillos, hermanados, unos en el exceso y los otros en el deceso. Pero ambos me queman la punta de los dedos. El bolsillo se puede arreglar con un agujero, ya puestos, que además te da acceso y te podrás rascar cuanto te pique.
En cambio el termómetro no tiene arreglo. Ni soplando.
Pasa un gnomo de jardín centenario, con su boina, su vara, sus espardenyes bigotudas y su morral en bandolera. Este viene del secano, pienso, este sabe de calores y de bolsillos rotos. Mientras anda, a cada paso, se hace un poco mas pequeño. Cuando llegue a la esquina, tendrá el tamaño justo y los niños y niñas del barrio lo cogerán con la mano para ponerlo en el pesebre. Pero no, el gnomo, contra todo pronóstico, entra en la tienda de ropa latina. Me pregunto si saldrá con unos pantalones con el tiro por los suelos y enseñando la raja siguiendo el dictado de la moda hucha. Será por ver si alguien le echa unas monedas para paliar lo de los bolsillos rotos, mascullo atento a la salida, aunque también vigilo los escaparates, por si lo guardan confundido con un maniquí.
Del interior de La Antigua Viña sale David Niven, un parroquiano de pelo blanco, bigotito atusado y un caniche viejo y coqueto, blanco también, para hacerle juego. Hombre cordial y xarraner. Me cuenta que por hacerse una tila, se tiró el cazo de agua hirviendo en la muñeca, que ahora está despellejada y escamosa y que por eso estuvo unos días sin ocupar su escaño en el estaño. Ahora camina dejando un reguero de escamas blancas y antiguas en dirección al mar.
Pasa un ángel del infierno con toda la parafernalia motera, pero empujando un cochecito de bebé. Cambio Harley 1200cc, por descendencia, habrá publicado en el segona mà.
Frutos del mercado de ocasión.
En esas que el gnomo vuelve a salir de la tienda, y al pasar a mi lado compruebo que ha cambiado el morral por una bolsa de nylon con la lengua lamedora de los Stones impresa en rojo surrealista.
De mi portal sale mi vecino Diógenes, pero en vez de seguir su ruta diaria, me saluda, se presenta, y se sienta a mi mesa a beber una manzanilla. Me cuenta que es mecánico jubilado de camiones y miembro de una sociedad protectora de gatos, y que por eso sube cada día al Montjuic -la montaña que le cuida las espaldas a mi barrio- donde una manada de felinos lo espera para charlar mientras él les sirve la comida.
Ese era el secreto de su carrito, comida para gatos!
Me cuenta también que su hijo es licenciado en filología, en la especialidad de lenguas muertas, griego y latín y que ahora está preparando su doctorado. No iba yo desencaminado al ponerle su alias, Diógenes. A partir de ahora será Josep Diógenes, para servirle a usted y a su gato.
Amo a mi barrio. Mi barrio me ama.
Que el vuestro os ame también, a todas, todos, y a los gatos sin distinción!