Día veinticuatro.
Del confinamiento al extrañamiento y juro que no te miento.
Lo que nos era cercano y familiar se ha vuelto ajeno y lejano como cuarenta máquinas, me susurra imprudente Juan Gelman al oído en riesgo de contagio.
Desconcertado el sol, pierde fuelle al no saber a quien alumbrar, mientras tanto las palomas abandonan las cornisas para adueñarse de las aceras y las gaviotas hacen lo suyo con la arena de la playa.
Dejará de ser bucólico, cuando las ratas salgan a la superficie y reclamen su territorio. Mas nos vale que cuidemos a los flautistas!
Y por extensión, a todos los músicos, a los artistas todos y a todas las artes, que ellas y ellos son hoy nuestros respiradores de profundidad.
No diré que hasta Dios está lejano, porque cercano nunca estuvo, querido Cátulo, pero si que quisiera cruzar el mar, cualquier mar, este o aquel o el de mas allá, para poder llegar a tierra y dejar que broten los besos boca a boca, los abrazos piel a piel, las risas, los roces y bailar frotándonos las panzas como en los puertos de Amsterdam.
El día es y está brumoso.
Luz que apaga los contrastes y enfría los deseos, que despinta los paisajes. Luz descolorida, desabrida, que ni alumbra ni ilumina, solo empalidece. Luz penitente.
Cierro las cortinas y me invento una tormenta que no existe, una tormenta que nos moje a todos y todas, que nos sacuda y nos empape hasta despojarnos de todo, menos de estas ganas de seguir viviendo, rabiosamente.
Buenas horas, minutos y segundos. A todas, todos.
Citas: Juan Gelman: Otras preguntas. / Cátulo Castillo: Desencuentro. / Jacques Brel: Dans le port d’Amsterdam