Día veintidós. Los dos patitos.
Náufragos de interior.
En islas solitarias o compartidas, con palmera y coco o pedrusco calvo, pero todos somos náufragos asomados a las ventanas haciendo señales de manos, esperando a ese barco que no llega ni llegará para algunos.
La megafonía, al estilo supermercado, nos avisa que se suman dos semanas de cuarentena a la oferta del día y los tiburones asoman las aletas, la boca se seca, aumenta la carraspera, y la risa nerviosa se queda en tosecita intrigante.
En Macondo llovió durante cuarenta años sin parar, ahí es nada.
Serán eternas las mascarillas como los laureles? Los del himno, claro, porque el de la cocina se secó y amarilleó como hojita de otoño. Agrego a la lista de la compra de la próxima semana un manojo de laurel eterno, ahora que la barba aun crece y la puedo poner a remojo, y ojalá viniese alguien a cortarla!
Una gaviota se posa en la barandilla de la ventana, me mira y creo que sonríe, y no sé a santo de qué, pero sin darme tiempo a la cordura, me asaltan unas ganas incontenibles de que todos los testigos de Jehová del universo, que tampoco serán tantos, toquen a mi puerta, y hacerles pasar y dejarles hablar durante años de la salvación de las almas o de lo que sea que hablen, que no lo sé porque nunca escuché mas de quince segundos antes del portazo, y dejarme acariciar por sus palabras como antes, alguna vez, acariciaban las manos.
Buena compañía y buen coco a quien los tenga, y a los demás buen domingo.