Día octavo.
Buen domingo, de los de toda la vida, soleado y tibio.
Un perro que ladra, lejos, y ninguno que le conteste, nadie en la calle, ni un coche en la carretera. Un tren vacío que se detiene en un andén desierto, mientras la megafonía de la estación, impertérrita y bilingüe, informa, a nadie, de los destinos donde no podremos ir.
El tren que continúa su viaje, el silencio que se reacomoda.
Es como si mi pueblo se hubiese cortado los vientos por la noche, para escapar de su emplazamiento mientras dormíamos, y hoy nos despertásemos a mil kilómetros del sitio poblado más cercano, o por el contrario, puede que fueran el resto de poblaciones quienes escaparon subrepticiamente, dejándonos como un oasis en medio de un gigantesco secano.
Conforme pasan las horas, que más que pasar, se instalan a tomar el té con pastas, como las queridas tías viejas, que echaremos tanto a faltar, como a Cortázar, la idea de qué habrá mas allá, se abre paso entre los matorrales de un pensamiento desgreñado. Quedarán otros pueblos aislados como nosotros, o seremos los únicos, los últimos? Quizá debiéramos hacer señales de humo o algo así, o arriesgarnos a enviar a un grupo de cuatro voluntarios bien protegidos, y que a un metro de distancia entre ellos, iniciasen una expedición en busca de respuestas.
“Vía uno, Blanes, tren corto. Blanes, tren Curt, vía ú, tren accessible”. La llegada de otro tren fantasma, esta vez con destino a Blanes, me devuelve real a mi ventana… O hay mas nubes, o son mis pensamientos que se escapan voluntarios a recorrer la Tierra Media, en busca del resto de la civilización.
Buena Salud a todas y todos!