Mismamente.

No conozco mis virtudes, nunca fuimos presentados. Mi locura es estar cuerdo, pero eso es porque el sentido común me conmueve, ciertamente.
Verdad es que mis errores son los pasos que no di, pero dudo que los pasos dados sean mis aciertos, no es tan mansamente binaria la vida.
Dicho esto, aquí estamos cada mañana y con ella el día, que no es poco. Las noches hay que pintarlas, pero se dejan.
Se van cerrando los capítulos, pero la historia no termina, o termina la historia y los capítulos siguen abiertos, no importa, es la belleza de ciertas viejas ventanas de madera noble que cierran desencuadradas, pero cierran, y el chicote de aire frío que se cuela por sus inciertos en invierno es porque respiran.
Ahora los días son luminosos aún en la penumbra a que obliga la injusticia de este sol de justicia. Los puntos suspensivos de luz que filtran las persianas se estampan en las paredes, inquiriéndome, pero yo, callado. Son horas para el jazz, que se hace cómplice del sudor y del ventilador del techo, que me despeina el malhumor.
Amo esta rutina de vivir aunque me aburra, si aburrir es no poner los pelos de punta, según dicen las lenguas.
Divertirme, interesarme, sí, a veces, por esto o por aquello, o por ella o por él, o por mí, o por nada y sigo igual de vivo, igual de yo.
No, la vida ni es nuestra ni es bella, la vida es estar, luego está lo demás.
Y lo demás, somos nosotros y los otros.
Pero ayuda un ventilador de techo.

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