Hubiera sido mejor. Seguramente, no lo dudo… Y?
He heredado de mi madre esta vocación de coleccionista, esta manía de guardarlo todo, y la he cultivado hasta conformar este casi síndrome de Diógenes moderno. No lo tires! seguro que en algún momento le vas a encontrar utilidad.
Así pues, tampoco pienso desprenderme de mis errores.
Son tan propios como mis aciertos, aunque mucho, pero mucho mas abundantes y variopintos. Son la parte mas substancial de mi vida, si me deshiciese de ellos ahora, que diablos haría yo de tanto espacio propio devastado?
Mis aciertos y yo, a duras penas llegamos a conformar una mano de póker, y si quisiéramos jugar un amistoso en un descampado, tendríamos que compartir al portero, como el avión de la guerra civil que contaba el magistral Gila.
No, mis errores se quedan conmigo. Por otra parte, los errores suelen ser mucho mas ricos y elaborados que los aciertos. Son la nouvelle cuisine de la vida.
El error crece hacia abajo y echa raíz. Los aciertos nos elevan, nos despegan y a veces nos dejan a merced de los vientos, como locas e inestables cometas. El error, por contra, nos convierte en roble aferrado al terruño, aunque sea el equivocado. Siempre presentes, pero en otra parte.
Los errores nos curten, nos desvían a territorios otros. A veces hay que caminar un largo trecho en la dirección equivocada para poder volver unos pocos pasos en la correcta, decía el Jerry de Historias del Zoo, de E. Albee. Los errores son como una impecable agencia de viajes que nos ofrece el mejor tour por la otredad sin costes adicionales.
Errar poco es una virtud, no lo niego, pero hacerlo de forma desmedida, es un talento!
Y si me dan a elegir entre tu vida y la mía… seguro que me equivoco.
Errar es humano, perdonar es divino.
Perdón, pero, perdonar que?! Divinamente vivo con mi colección de errores de primera mano. Equivocado pero ordenado, he organizado mi álbum de cromos erráticos, por categorías: Errores de novato, errores improvisados y errores involuntarios, forman el primer grupo, el mas experimental. Luego vienen los errores a conciencia, los errores largamente preparados, cantaba el poeta Homero Manzi en sus definiciones para esperar su muerte, que llegó, puntual.
Macerados, mas vocacionales que voluntarios, cocinados a fuego lento, como el mejor de los potajes. Otro grupo es el de los errores de vitrina, de escaparate, errores magníficos, de campeonato, ganados a pulso o mas bien a pulmón, en mi caso. Mis errores respiratorios son en este apartado, una obra maestra, y los amorosos, simplemente palabras de poeta.
No dos, ni tres, quiero encontrar la misma piedra, cientos, miles de veces, y hacer del tropiezo la mas sublime coreografía contemporánea.
De esta guisa, voy sumando experiencia, haciendo curriculum, para que al llegar mi hora, y siendo consecuente, descubra que está equivocada y tenga que seguir jugando un tiempo adicional.
Si me sigo equivocando tan bien como hasta ahora, quizá llegue a conseguir el premio mayor, es decir, que en el lecho de muerte pueda al fin decir aquello de que el mayor error, es el de haber vivido.
Muy bueno, Jorge. Aunque personalmente, puesta a cometer errores prefiero que éstos sean nuevos y desconocidos.
Besos y buena semana!
El error nuevo está muy bien, pero el conocido, repetido, reincidente, roza la obra maestra. Pero en los errores como en los colores, todo es cuestión de gustos… Por cierto, no se si es un error, pero no se quien eres.
Concuerdo contigo, prefiero los errores conocidos, aquellos que a perfeccionamos con el tiempo, les tenemos especial afección , los cultivamos con cuidados extremos, los recreamos en las horas más imprevisibles mismo sabiendo adonde nos llevarán o talves por eso. Amamos sus consecuencias e íntimamente , las disfrutamos.
Erradores mundo uníos !!!
Y ya errando: léase » erradores del mundo uníos !
Otra vez un bello monólogo, no una crónica .