25/08
Desde todos los ángulos posibles/
Despertarse en domingo, y transitarlo en cada una de sus horas, en todos sus minutos, en sus lugares comunes, en sus rarezas.
Seis cuarenta y cinco, abro los ojos, la luz agrisada que pasa por las celosías abiertas, me dice que el día está cargado de esperanzadoras lluvias, que habrá que disfrutarlo, todo lo que se pueda, todo lo que se sepa.
Desayuno amable conmigo en la cocina, mis tostadas, mi mermelada de naranjas amargas. Mi café con leche y mi adicción a las noticias en internet.
Luego sesión de jazz en el salón abierto de par en par. Elijo la música a juego con el baile de las cortinas. Todo se armoniza, escribo un rato, reviso otros escritos, y dos horas después, bajo a fumar un cafecito en la terraza del Bahía do Porto Mar, el chino brasilero que me ha dado asilo mientras La Antigua Viña esté cerrado.
La brisa -y la hay- nos avisa de que el verano llega a su fin.
Adiós al aire del desierto, al aire que quema los pulmones, al aire que mas que respirarte, te fuma.
Sigo escribiendo, sigo consumiendo noticias.
A la una y media, después de habitar la cocina con su picadita, su música su vinito blanco helado, y su plato del día bien preparado con alma de alquimista, hago mi cabezada.
Mis veinte minutos de gloria, y renazco de buen humor.
Lo celebro con un entreno de trapecio en la nave. Luego, como no me he muerto, me regalo un deambular por la ciudad en la moto, dejando que los semáforos en verde decidan el trayecto, y mirando al cielo para saber si me va a regar y crezco, o no.
No, el cielo está lleno de agua, pero no moja.
Eran las cinco en todos los relojes, gritó Federico García Lorca.
El calor vuelve a reclamar su territorio, pero no lo tiene fácil, las nubes, en plan Gary Cooper, desafían al sol a un duelo al mejor estilo de A la hora señalada.
Buena hora para ver una película en penumbras desde el sofá, con sus dosis de agua helada y humo, y para seguir con el western, elijo Pat Garrett y Billy The Kid, con James Coburn.
Cuando el sol baja, me animo a salir y hacer una caminada por el barrio, a hacer la ruta de las sombras. Llego a los primeros jardines de la montaña y un banco me llama por mi nombre, su sombra es amigablemente fresca, es amor al primer asiento.
El cielo es un espectáculo de luces que atraviesan los grandes nubarrones cargados de tormentas que no caen. Allí me quedo y vuelvo a teclear hasta que se encienden las farolas.
Vuelta a casa, y ya es noche.
Cuando el reloj da las diez, proclamo mi victoria.
He atravesado este domingo de un extremo al otro. Como un funambulista he bailado sobre el vértice afilado de horas y minutos.
Lo celebro con un whisky sin hielo y un buen blues.
Buena semana a todas, todos.