09/06
Desde el salón nocturno/
Hoy recibí un regalo de los que conmueven. Porque nombran.
Hoy recibí una foto de maletas. Una pared estantería a medida de decenas de maletas antiguas, de todos los tamaños.
Maletas antiguas.
Viajadas, ajadas. Marrones, principalmente marrones. De cuero o cartón, con varillas de madera o sin, con cierres de click y llave, o de correas con hebilla. O a la brava, atadas, cinchadas, fajadas.
Maletas de tren. Traqueteadas, desvencijadas a ritmo de rail, de carrito maletero de estación, tan humeadas, vaporizadas, manoseadas, rozadas y fregadas hasta el escarnio.
Maletas emigradas, deportadas, exiliadas. Maletas prisioneras, fugadas, clandestinas. Maletas perdidas, olvidadas, abandonadas. Maletas robadas, arrancadas, secuestradas. Maletas que ya no están. Maletas desaparecidas.
Maletas que saben mas que nadie, que aprenden, que se curten. Que han dado la vuelta a todo y siguen viajando, calladas, sin estridencias, camufladas entre tantas maletas de nueva generación, de tanta maleta inteligente, ecológica, anti-robo, de diseño. Maletas de aeropuerto o tren de alta velocidad.
Maletas supervivientes de otra época, anacrónicas, históricas. Maletas llenas aunque estén vacías.
Maletas de cuando viajar era aprender.