17/11
La Antigua Viña/
La primera intimidad con Barcelona, fue en la terraza del antiguo Zurich, en Plaza Cataluña, en 1976. Allí supe que a Barcelona se la debe mirar desde una terraza.
Mi segunda terraza fue la de La Òpera, en aquellas Ramblas de Ocaña, Nazario, la Maria de las ramblas, y toda la troupe de anarcos y bohemios del saló Diana y de la Cúpula Venus, mezclados con la corte de los milagros. Y los milagros de la corte, esa que bajaba de sus coches de lujo con chófer, para las funciones de gala del Liceo. El espectáculo entonces, desde la terraza de La Òpera, consistía en ver a los ácratas que se ponían en fila para orinar a la bella y alta burguesía catalana, dirigiendo sus chorros antisistema, -eso antes de que existiera tal palabra- como un arco iris dorado e insumiso, desde el borde de la acera del paseo central, hasta el borde de la estrecha acera del teatro, donde los bellos y famosos, tan humillados como horrorizados, tan cortesanos y tan cortesanas, corrían a protegerse en el interior del teatro, mientras llegaba la policía y empezaban las corridas, las hostias… Empieza el espectáculo!
Era la Barcelona de los antros del barrio chino. De los Talleres Tejeda, un bar clandestino, dentro de un taller de autos, en la calle Aragón, que abría a las dos de madrugada. Era la Barcelona para leer «Ultimas tardes con Teresa» de Juan Marsé.
La terraza del Glaciar, en la Plaza Real, allí nos aparcabamos hasta casi la hora del cierre, que era la buena hora de subir hasta el primer piso de la portería lindante, donde se encuentra el Pipa’s Club. Humo, alcohol y jazz en vivo, para ver amanecer.
Los domingos del Centro Social de Montbau, el barrio donde nació mi hija. Terraza familiar, donde nos juntábamos los padres y las madres del barrio a hacer el vermouth, mientras los hijos y las hijas crecían al pie de la montaña con una libertad envidiable.
El Retiro, ya en el Paralelo -eso antes de instalarme en el barrio- pegado al viejo teatro Arnau, donde con el amigo y maestro Alain, garabateamos juntos, algún capítulo de la historia del circo en Barcelona. Allí nos juntábamos después de los entrenos a curar las heridas del alma y sus amores, y a enfriar las manos quemadas y ardidas del trapecio, con unas birras heladas y sus olivitas, sus patatas bravas, sus anchoas.
En el año dos mil, me trasladé al barrio, y desde el primer día le declaré mi amor a la terraza de La Antigua Viña.
El Patxoca fue una cuestión de leyes. Cuando por ley nos quitaron los humos de la cafetería de la escuela -sin terraza- hubo que emigrar y encontrar una terraza amiga y cercana. La ubicación del Patxoca, habla del destino. El suyo era convertirse en el bar del Institut del Teatre, como antes lo había sido el Mío Cid, cuando el Institut estaba el la calle de Sant Pere més baix.
En la última década, Barcelona le hizo un tajo en toda la cara al barrio del Raval y trazó su Rambla con sus terrazas, que venían a recuperar el espíritu perdido de las otras Ramblas históricas. Allí fumaba mis cafecitos, antes de los entrenos, en el primer local de Gente Colgada, en la calle Aurora, un local crecido alrededor de un único trapecio central, donde los niños y niñas del barrio se colaban por debajo de la persiana metálica a medio bajar, para vernos volar.
Buen sábado a todos y todas!