30/09
La Antigua Viña
La calle no tiene memoria.
Sentado en la terraza del bar, miro pasar a los vecinos y vecinas, ya nadie recuerda la tormenta.
El gesto valiente, la ropa colorida y ligera, las sonrisas de domingo y los zapatos brillantes. El niño de una vecina cae de bruces a tierra y el perro de otro, le lame la cara. En el Bahía de Porto Mar – el bar brasilero- hace días que trabaja una familia china y ahora, la mas pequeña -unos dos o tres años- salta valiente y circense el escalón de entrada a mi portería, quince centímetros a un vacío sin red. La niña no falla el truco y saluda emocionada a los parroquianos de la terraza, abriendo triunfal, sus brazos en cruz, y haciendo una reverencia teatral. Muchos años de claca me ayudan a arrancar los aplausos de todos. Llega la viuda triste del Guardia Civil y sin preguntar se sienta a mi mesa, cerveza, cigarrillo y su eterna pena. Yo sigo escribiendo y escuchando blues con mis auriculares. Igualmente me cuenta que está vendiendo seguros de vida, porque la pensión no le alcanza «verguenza de haber sido, dolor de ya no ser…» vuelvo a recordar el mismo tamgo y mientras lo escribo, ella suspira y bebe.
El legionario francés del sexto, siempre ebrio, no consigue acertar su llave en la puerta y justo cuando voy a levantarme para abrirle, sale la vecina dominicana del tercero, se miran se gruñen, ella sale y él entra.