02/10
La Antigua Viña
Traspaso silencioso. El otro bar de mi portería, el brasilero, (donde una noche el roce fugaz de una paulista, me devolvió a la orilla de los vivos) El Bahía de Porto Mar, ha cambiado de dueños.
La familia china que yo creí nuevos trabajadores, eran, son, en realidad los nuevos amos. Ahora, de momento, es un brasilero de chinos. Tiene el mismo nombre, sigue teniendo un rótulo menor: «Bar del Brasil». Y al menos uno de los camareros es brasilero. Esto no es nuevo en el barrio, bares emblemáticos han pasado a manos de familias chinas. Dos mas, que me son muy propios:
El Patxoca, el bar que está pegado a la entrada trasera del Institut, donde suelo amanecer en invierno, a las siete y media de la mañana, con un café y un cigarrillo en la terraza, y donde a lo largo del día, la escuela agita sus tertúlias, sus corrillos, el pulmón trasero del Institut, también fue traspasado, hace un año mas o menos.
La Barretina, en el chaflán de enfrente de mi casa, el bar de los taxistas, lleva traspasado año y medio, y así hasta una docena, me explican los vecinos «de toda la vida».
El humor del barrio hace acto de presencia con los nuevos apelativos: El Patxoca ha pasado a ser el «pachinoca» y la Barretina, la «barrachina» y hoy se ha votado en la tertulia de La Antigua viña: «Bahía de Porto Mao»
Pero estos traspasos también ha dado pié a un aluvión de lugares comunes sobre la «invasión de los orientales» Que si competencia desleal, que si mafia, que si hacen trabajar a destajo a los niños. Recelo, desconfianza, críticas ciertas o no, xenofobia si o si.
Pero esto no impide que el barrio los acoja y los integre sin mas aspavientos, fuera de uno o dos gruñidos. Al final gana el «Pero trabajadores, lo son!» Por otra parte, ellos ponen sus mejores sonrisas, su buen humor de papel de arroz y puertas afuera, y hacen grandes esfuerzos por aprender la lengua, sea esta el catañol o el espalán. «Todo mezclado, San Berenito, todo mezclado» (Nicolás Guillén)
Así, silenciosamente una nueva comunidad planta sus banderas descoloridas por el desarraigo, o porque les quitan los colores para ponerlos en la ropa, en las paredes, en el aire.
Sin estridencias, mansamente, el barrio suma peras y naranjas, y las cuentas le salen.