Día cuarenta y dos
Llevar el confinamiento en solitario tiene su cara, su cruz, y su canto.
Aunque reconozco que la cara gana de lejos. Y de cerca también, y a veces hasta sonríe.
Será que soy de fácil acostumbrar.
Lo que añoro no es que lo tuviera antes de que cerráramos las puertas y los puertos, pero ahora lo añoro.
Es una travesía en solitario, con momentos de plenitud y otros en que gana la apatía. En soledad todo es más lento, no más triste.
Tengo libros, música, películas, pantallas varias, internet. Tengo ventanas y tengo el mar, qué más se puede pedir?
Tizas para escribir cien veces en la pared: No hacer preguntas retóricas idiotas.
El buen tiempo se instala a sus anchas. Sol calentón.
Aprovecho a subir al terrado la leña que guardo en casa, ya no bajará hasta el próximo invierno. Otros fuegos arderán entonces.
El edredón me mira y se arruga: “A mí también me vas a guardar?” No, las noches aún son frescas, y no descarto que vuelva a bajar la temperatura. Las estufas pequeñas también os quedáis “En abril lluvias mil, y en mayo no te quites el sayo” cantan a coro las estufillas.
A las plantas todavía las dejo frente a la ventana unos días más, luego se trasladarán donde les de la luz, pero el sol no las toque.
Sí, el cambio de estación, con un mes de retraso, ya es incuestionable, salvo por mi vecino que al cruzarnos en la escalera mientras acarreo los troncos, me inquiere: “Estás seguro?”
Siesta oscura para que sea más larga, pero ni así, apenas treinta minutos y no te quejes. Me levanto al resto del día.
Un ristretto a ventana abierta y la brisa que entra, Maria Callas que canta “Un bel dí, vedremo” y el mediterráneo todo, se emociona. Anche io.
Buenas arias, a todos y a todas.