Día treinta y cinco
“Si yo golpeo a tu puerta no ta vas a confundir, no es para entrar que golpeo, golpeo para salir…” Grande, Facundo Cabral.
El sábado, a primera hora, es el día de la semana en que bajo a hacer la compra, y también a comprobar en el semblante de los pocos vecinos y vecinas con los que me cruzo, los estragos que el confinamiento nos causa a todos.
Demacrados, con ojeras y mirada asustada, nos saludamos por señas y hacemos inventario inverso. En vez de contar ausencias, comprobamos que este, aquella, esa y el otro, siguen en ruta.
Eso siempre alegra.
El mismo procedimiento es el que deberíamos aplicar con los protocolos de distanciamiento, protección e higiene, cumplirlos escrupulosamente para evitar contagiar y no por el miedo a ser contagiados.
Si nosotros nos comportamos como los posibles infectados, podemos proteger a los otros, pero si creemos que los infectados son ellos, entonces solo nos queda el temor y la desconfianza hacia los demás.
Será que soy simplista.
Cada vez me queda más claro que esto va para largo, y que en mi caso, con sesenta y ocho años y los pulmones arrugados, aun mas.
Quizás debería empezar a pensar en cambiar el formato de escritura, y de la crónica, diario o postal, hacer el salto a la novela profusa, porque tiempo voy a tener.
De mi propio inventario, concluyo que me sobran películas, que voy bien servido de libros y música, que me toca ampliar mis conocimientos culinarios, pero voy por buen camino me dice el paladar.
Que seguramente ya no volveré a colgarme de un trapecio ni a subirme a una moto, pero sí a un patinete o a una bicicleta, y que hacer equilibrios lo dejo para cuando llegue la crisis. Que en el ajedrez me defiendo, que me gustaría tener un perro, no para sacarlo a pasear sino para que me ladre. Que me sobran horas por la mañana y que por la noche un whisky me las resta, que me sigo vistiendo con ropa de calle porque me encanta cambiarme y ponerme cómodo cuando anochece.
Que os echo a faltar, que mientras siga teniendo teclas seguiré mandando mensajes en la botella.
Y que extraño como un oso un abrazo con mi hija.
Buen sábado a todos, todas.