Hoy ya no damos cuerda al reloj.
Aquel acto tedioso, que ahora se me vuelve íntimo y simple, en el que con los dedos índice y pulgar de la mano contraria a la portante, hacíamos girar en ambas direcciones (aconsejable) la ruedecilla pertinente, atentos a percibir como la resistencia al movimiento iba en aumento, conforme la cinta metálica interna se enroscaba sobre sí al máximo. Siempre con cuidado de no ir mas allá de lo aconsejable, un límite demasiado relativo, para un riesgo demasiado concreto, romper la cuerda del reloj.
Hoy, tanto el gesto, como el momento y sus rituales, e incluso el propio texto “dar cuerda al reloj” han perdido su única razón de ser; hoy los relojes ya no van a cuerda.
Ya no compartimos esos instantes tiernos en que acariciábamos la coronilla de nuestro puntual compañero hasta saciarlo, antes de dejarlo correr durante todo el día. Será por eso que también han dejado de hacer tic-tac.
Hoy querido Julio, somos regalados a maquinitas autosuficientes, sociópatas y silenciosas que no nos necesitan para nada pero que seguirán atormentándonos a cada hora, minuto, segundo… sin tic, ni tac.