29/09
Nos juramos amor eterno.
Yo clavé mis palabras en mi corazón, antes de pronunciarlas, para empaparlas de mi mejor sangre, ella me dio a beber sus lágrimas. Escribimos nuestros nombres en la corteza árida del verano y nos separamos. No volvimos a vernos.
Luego crecimos.
Hoy, cuando desperté, cincuenta años después, sus ojos silenciosos iluminaban mis sueños.
Su nombre lo borraron, no los inviernos ni las lluvias, sino otros tantos veranos. Otros tantos juramentos.
Pero hoy, sus ojos estaban ahí, perplejos. No supieron o no quisieron romper su secreto.
Si recordé el sabor triste y salado de sus lágrimas, un vestido sencillo y unos pies descalzos, casi infantiles.
Me levanté mas viejo de lo que soy, y busqué en el cajón de las fotografías antiguas una miniatura en la que estamos abrazados y sonrientes. El tiempo ha cuarteado y desvanecido la imagen, pero ahí estamos, desafiando la vida. Juraría que en su sonrisa, ella estaba diciendo su nombre.
Pero ya se sabe que las fotografías son mudas.
«Escribimos nuestros nombres en la corteza árida del verano y nos separamos.» !!!. Me gusta mucho, también, esta nueva onda de minirelatos.
Gracias Gabriel!
Que linda historia, sin comentarios, apenas el gusto amargo de as lágrimas .
Que linda historia.sin comentarios, apenas el gusto amargo,familiar de las lágrimas …