05/08
Desde la terraza abocada/
Te despiertas. Ya antes de abrir los ojos, la luz te enciende los párpados de rojo intenso. A pesar de las duchas -en la playa primero y en la casa después- tu cama se empeña en llevarse restos de arena, restos de esa playa que se viene contigo, restos de las mareas y sus olas, con sus gaviotas que te picotean los sueños, que vuelan en círculos planeando sobre tus islas.
Te levantas. El aire es caliente y huele a mar, mezclado con el olor del café con leche del desayuno, con el del pan tostado y crujiente, con el de la mermelada de fresa y mandarina.
Te sumerges. La ducha te inunda, te renueva, te lava los vestigios de la noche, y el vaho del espejo te convierte en un fantasma borroso. Desenfocado, filmó Woody Allen.
Emerges. Eliges la música para esta mañana, Ella Fitzgerald en mi caso. Fumas el tercer cigarrillo, que debería ser el primero, y mientras fumas, silban tus pulmones la suave melodía de I Ain’t Got Nothing But The Blues.
Descubres. Tus dedos, a tientas, encuentran el lugar secreto que señala el marcador escondido entre las páginas del libro. Allí están suspendidos los personajes y sus acciones, tal cual los dejaste ayer, esperando que tus ojos les devuelvan el protagonismo y la vida.
Navegas. La brisa baila las pesadas cortinas opacas de la terraza, y la penumbra protectora se mueve, se ondula y en las paredes blancas se representan nuevamente la marea y las olas. Es en esas paredes que naufraga la inquietud.
El mundo queda lejos hoy. Hoy solo estás cerca de todo lo que no está, como tu. Están vacías las horas hoy. La gracia está en dejarlas como están y flotar de espaldas.
Buena balsa a todos y todas.
A tus horas vacías con olor a marearía. Que las agujas del reloj se queden dormidas para que nada perturbe esta quietud
A tus horas vacías con olor a marecia.que las agujas del reloj se queden dormidas para que nada perturbe esta quietud