29/06
Desde el trapecio del balcón/
Medianoche, llego al barrio planeando con mi moto, contagiado, después de estar toda la tarde y toda la noche rodeado de aquellas locas y locos voladores y sus inciertos cacharros volantes.
Al llegar, el barrio me coge por los tobillos y me hace aterrizar suavemente a lomos de su brisa. Conforme voy acercándome a tierra, mis ojos van reconociendo a vecinos y vecinas. Saludo aquí, saludo allá y el movimiento de brazos acompaña el descenso.
Al tocar tierra, -o mas bien baldosa- los primeros pasos son rápidos y cortitos.
Rápidos por la necesidad de acompasarme sobre el suelo con la velocidad del vuelo en el momento del aterrizaje. Cortos, porque al mismo tiempo que acelero, intento frenar, hasta encontrar el paso del paseo. Algo así como saltar del autobús antes de que llegue a la parada.
La calle respira con todas sus ventanas abiertas. En un escenario montado en la esquina del Paralelo con Viladomat, una orquesta de verano se marca unos bailables suaves, de cuando yo bailaba. Y yo no bailé nunca.
Noches de terrazas tranquilas, con sus cervezas, sus whiskys, sus cubatas, y también su café con hielo con su copa de cognac o de anís. Bebidas de tertulia. Los guiris pican con la sangría y mañana morituri te salutant.
Noches de verano en el barrio, con sus niños trasnochadores jugando en las plazas.
Con sus paseos en familia, en grupo, en amores. Su paseo al perro, su paseo al deseo, al arrebato de las miradas y los roces.
Llevan las mozas del barrio bordados en el escote, los ojos de los mozos del barrio. Andan los mozos del barrio dando palos de ciego. Andan los escotes revenidos en palcos.
Viernes trasnoche, por las ventanas abiertas entran ráfagas de fiestas con sus risas, con el eco de sus músicas. Y la brisa que me baila las cortinas.
Esta noche me caso con Ella Fitzgerald, Ella nunca me será fiel. Yo tampoco, pero esta noche seremos Ella y yo.
Bellos sueños, voladoras y voladores, que la luna os peine las plumas de vuestras alas.